«La tienda de Paquito Calixto»

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Me gustaría contarles una historia vivida en primera persona. Considero que no sería justo por mi parte, permanecer en silencio, ante la partida de mis progenitores hacia el Oriente Eterno, pues gracias a ellos, que me dieron la vida,  me inculcaron unos valores personales, me dieron su amor y formación, y que quedaran en mí corazón y permanecerán en mí ser durante toda mi vida, hasta llegar el momento de reencontrarlos nuevamente tal vez en el cénit.  Sus vidas en esta etapa de tránsito, no ha sido en vano.

Ellos también ayudaron y formaron a muchísimas personas, no solo dentro del entorno familiar, sino que, además, fueron parte de la historia viva, del Valle de Los Nueve, de esta nuestra Gran Ciudad de Telde. La tienda de Paquito Calixto, era un punto de referencia, tanto para los habitantes de medianías y cumbres como para toda la costa sur de la isla de Gran Canaria.

Me faltan palabras, para hablar de ellos. A quién se le puede ocultar la simpatía, la coquetería, la astucia y la zalamería, que poseía mi madre, como mujer de negocio siempre con una sonrisa en su cara y con un temple sin igual. Mi padre era una persona más pausada, sencillo y socarrón, con una mente prodigiosa; él realizaba todas sus operaciones matemáticas, de interminables números, de memoria, y cuando llegó a sus manos la sumadora manual, seguía comprobando las operaciones manualmente con lápiz y papel vaso como siempre. Era una persona muy equilibrada, afable y como recordaba el amigo y vecino, Pelayo Suárez Alejandro “una persona que creó escuela por su buen proceder y bonhomía”. Ambos, mi madre y mi padre, han sido unos verdaderos maestros, llenos de bondad, amabilidad y humildad.

En el velatorio de mí padre, muchos amigos y conocidos me contaban historias vividas en torno a su tienda de “aceite y vinagre”, además de su actividad como transportista de camiones. No tengo más que palabras de gratitud para ellos, pues tanto Pino, mi esposa, ‘Pimpín’ para ellos, como éste que intenta expresarse desde lo que mi corazón me hace recordar; miles de historias vividas, que comenzaron en aquel barreño de ropa, en el cual me criaron, detrás del mostrador.

No es sencillo rememorar tanto amor, tanto bien, entregado en una época de muchos sacrificios y que hoy en día, gracias a su trabajo y tesón, han permitido que disfrutemos de unas comodidades, impensables en aquellos años. No tengo más que palabras de agradecimiento por haberme dado todo en esta vida, y su ejemplo de entrega y servicio hacia los demás, pues siento en mis venas que no hay mayor placer que hacer el bien por amor al mismo bien.

Créanme cuando lean estas líneas, que aunque intente ser un profesional, día a día, en mis empresas de servicios funerarios, soy humano, no soy ajeno al dolor en mi corazón, que hoy tiene más heridas, y siento la angustia, la falta, la ausencia, de quienes me dieron la vida sin pedirme nada a cambio, y de quienes me enseñaron que el dinero no lo es todo en esta vida. No puedo ocultar mi incredibilidad, cuando algunas personas me decían: “Tú estás acostumbrado a esto”… pero es cierto que no es lo mismo ver la llaga en el hombro ajeno, que en el propio. Es totalmente diferente, siento, dolor, dolor y dolor, como cualquier otra persona, y que en esta vida a nadie gusta perder a un ser querido. Aunque ellos vivirán en mí perennes como verdaderas acacias, tengo la responsabilidad de seguir su ejemplo de vida, su entrega y sacrificio, y buscar el bien general de nuestra comunidad.

Tanto Pino, como Paquito Javier, que siempre me llamaron, trabajaremos día a día, en seguir sus ejemplos y enriquecernos en los valores que nos trasmitieron y enseñaron.

Seguiré hablando en un libro personal de la tienda de Paquito Calixto y de mi madre Emilia Munguía.

(*) Francisco Javier Calixto Munguía, director adjunto de LA HOJA POPULAR CANARIA en el número correspondiente al mes de marzo de esta publicación

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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