La casualidad, y la caótica trama urbanística de El Calero Bajo, los ha convertido en una manzana fantasma. El Ayuntamiento de Telde trata a estos vecinos del entorno de las calles Obispo Codina, Frías y Padre Anchieta como al polvo que se mete bajo la alfombra. No se ve, luego no existe. Pero están hartos de tanta indiferencia. Advierten con dar guerra.
Su condena es que no están a la vista y eso les convierte en presa fácil de la indolencia y la desidia del Ayuntamiento de Telde. Ellos mismos toman conciencia de su invisibilidad geográfica cuando, en un intento de guiar al hipotético visitante, dan siempre como referencia la trasera de la Renault de El Calero. Siempre detrás, siempre escondido. Para lo único que se acuerda Telde de este sector es para dar la vuelta o para aparcar en lo que iba a ser una plaza y que ahora es un terreguero para los coches y los perros. Y para la basura, que se acumula en las esquinas del maltrecho y, por algunas partes, derruido muro perimetral.
A Eduardo González le cuesta entender tanto desprecio. Árboles sin podar, socavones y peligrosa gravilla suelta en el asfalto, señalética viaria descolorida y casi imperceptible, negligente servicio de limpieza… «Cuando se mete viento no hay quien camine por estas calles». Entre el solar yermo y abandonado que tienen por el lado Norte y lo que ellos, con sorna, han bautizado como la Plaza del Progreso, el espacio central donde aparcan los que van a hacer recados a la carretera general, el polvo se les mete hasta por las orejas. Pero tampoco hace mejor cuando llueve. Jorge Guedes lleva 6 años gritando en el desierto para evitar que su calle, la de Obispo Frías, mute en piscina en cuanto caen cuatro gotas. «Ni puñetero caso, debe ser que en realidad pertenecemos a Mogán, porque para Telde no existimos».
Solo pide que rebajen un resalto de asfalto que hace de muro de presa y que lo condena a llevar botas de agua para salir de casa cuando llueve. «Aquí solo vienen a pasearse cuando hay elecciones, después nos borran del mapa».
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