EL PARTIDO DE TEODORO SOSA: EL PARTIDO DE LOS TRÁNSFUGAS

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En Canarias, el transfuguismo político no solo no se disimula, sino que se celebra. Lo último —y más indecente— tiene nombre y apellidos: Teodoro Sosa, Óscar Hernández y compañía. Todos ellos, hasta hace cinco minutos, aplaudían con entusiasmo la candidatura de Román Rodríguez a la presidencia de Nueva Canarias. Lo hicieron no una, sino varias veces. Con entusiasmo. Con convicción. Eran parte —y parte importante— de la dirección nacional del partido. Eran Nueva Canarias.

Y, sin embargo, hoy se presentan como “disidentes”. Como los “renovadores”. Como los “críticos valientes” que se atreven a “abrir una nueva etapa”. Lo hacen tras haberse beneficiado de cada centímetro de estructura, recursos y siglas del partido al que ahora dan la espalda. Encabezaron listas municipales bajo las siglas de NC sin que nadie les impusiera nada ni les vetara jamás. Usaron esas siglas para ganar elecciones y, ya con los votos en la buchaca, se las quitan de encima como quien se cambia de chaqueta. Pero no renuncian ni al acta, ni al cargo, ni al sueldito. Qué cosas.

A eso, en cualquier democracia decente, se le llama transfuguismo. Y lo más vergonzoso no es solo que lo practiquen con tanta desfachatez, sino que apenas nadie lo denuncie. Ni otros partidos, que miran para otro lado por si en el futuro necesitan su voto. Ni los grandes medios, que guardan un sospechoso silencio cuando se trata de señalar a los de casa.

La historia se repite: usan al partido como trampolín, saltan cuando les conviene, y se montan su propio chiringuito sin dejar la silla. Una traición en toda regla a quienes confiaron en un proyecto, en unas siglas, en un programa. No son disidentes. Son oportunistas. No son una renovación. Son una estafa.

Y aún tienen la desfachatez de construir un relato heroico, como si dejar plantado al partido en el que militaban desde hace años fuera un acto de integridad. Como si no hubieran tenido tiempo, poder y espacio suficiente dentro de Nueva Canarias para proponer lo que ahora —de pronto— dicen defender.

Porque esa es otra: durante años, ocuparon cargos orgánicos, fueron ejecutiva nacional, tomaron decisiones. Y nunca, nunca, se les oyó una sola palabra sobre renovación o autocrítica. Ahora resulta que llevaban años en desacuerdo… pero bien agarrados al sillón.

A aquellos que tengan en mente darle algún tipo de crédito al engendro que van a parir —ese partido “renovador, democrático e ilusionante” que nos quieren vender— conviene advertirles: quien es capaz de hacer esto, es capaz de muchas cosas más, y ninguna buena. Porque aquí no se está fundando un nuevo proyecto político; se está montando una plataforma para ganar libertad de movimiento. Para pactar con quien convenga. Con CC, con el PP, con quien garantice seguir en el poder. Porque para ellos la política no es servir al vecino, sino perpetuarse.

¿O acaso no se ha perpetuado en la política, sin que nadie lo cuestione, el gran urdidor de toda esta operación? ¿Quién, si no, ha movido los hilos con su habitual mano de hierro bajo guante de terciopelo? Antonio Morales, presidente del Cabildo de Gran Canaria, arquitecto en la sombra de muchas maniobras y silencios cómplices. Él también tiene una cuota de responsabilidad en este circo disfrazado de “proceso de renovación”.

Y claro, ahora resulta que Román Rodríguez es el gran culpable de todo. El mismo Román que durante más de veinte años fue el árbol que les dio sombra a todos estos ahora “disidentes”. El que los cobijó, los promovió, los protegió. Y ahora, de repente, es el obstáculo. Dicen que el partido no crece, pero tiene los mismos cinco diputados que hace seis años, más concejales repartidos por las islas que nunca antes y la presidencia del Cabildo de Gran Canaria. ¿De verdad todo eso se debe a estos recién iluminados?

Es cierto que Román Rodríguez hace tiempo que debería haber dado un paso a un lado. Como también Carmelo Ramírez. Como Pedro Quevedo. Nadie les niega lo que fueron, pero tampoco que ya tocaba abrir paso. Ahora bien, de ahí a cargarles en exclusiva el muerto de la indefinición, del travestismo político, del mercadeo ideológico, va un trecho largo. Porque estos “disidentes” fueron parte del desdibujamiento. Nacieron como nacionalistas de izquierdas, se convirtieron en nacionalistas de centro izquierda, luego se quitaron lo de izquierdas, después lo de nacionalistas, y acabaron llamándose “canaristas”, un término tan hueco que ni ellos sabían qué significaba. Tanta desnaturalización llevó a Nueva Canarias a un punto en que ya no sabía qué era. Y eso, como casi todo en política, también tiene muchos padres.

Y si de verdad representan tanta nueva política como dicen, si tan “ilusionante” es lo que van a construir, que empiecen por demostrarlo. Que dimitan de sus cargos públicos, que entreguen sus actas, que renuncien a sus alcaldías. Que salgan a la calle y, desde ahí, se ganen de nuevo la confianza ciudadana. Solo así, y no con atajos ni trampas, podrían hablar de regeneración. Lo contrario no dice nada bueno de su catadura ética. Más bien, confirma lo que ya sabemos: que no se van por principios, sino por intereses. Que no son nueva política, sino la misma de siempre, pero con peor disfraz.

Fuente: Hijosdecanarias /  Imagen: La Provincia-Dlp

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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