El mayor robo jamás contado ocurrió en Telde

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Los políticos, de uno u otro lado, siempre han vivido del saqueo a las arcas públicas, solo tenemos que mirar como traían la maleta y como se las llevan, a la actualidad me remito. Los saqueos y las sustracciones no son una exclusiva actual, ya vienen de lejos, de muy lejos en el tiempo. Lo de Cataluña, en la actualidad no es más que la continuación del proceso comenzado, cuando los políticos empezaron a robar el dinero, que se enviaba a las provincias de ultramar, España nunca tuvo colonias, para pagar los sueldos oficiales, mantener infraestructuras y sostener el ejercito que defendía el Imperio, ejercito al que los políticos les negaron hasta la pólvora con que defenderse, mientras ellos se llenaban una y otra vez sus bolsillos.

Hoy voy a explicarles algo que algunos de ustedes ya sabían, otros han oído rumores y muchos otros desconocen totalmente. Y como bien dejo claro en el título, creo que esta versión, deja claro lo que ocurrió, lo que nos censuraron y nos negaron posteriormente. El próximo 13 de Febrero hará 132 años (1885), que la baja de Gando pasó a ser una vez más, el verdugo de un vapor trasatlántico de las mayores dimensiones, que por entonces frecuentaban el Puerto grancanario. Serían sobre las cuatro de la tarde, cuando la voz del vigía de La Isleta anunciaba el hundimiento del Alfonso XII, un barco, propiedad de la Compañía Trasatlántica.

Había sido construido en el astillero escocés de Dumbarton. Tenía 110 metros de eslora, 11 metros de manga y 8,57 de puntal, con 3.000 toneladas de arqueo, y desarrollaba una marcha de 14 nudos. Su precio, 14 millones de reales, daba una idea de lo colosal de aquella máquina que hoy yace bajo las aguas de Gando, que tenía capacidad para 244 pasajeros además del espacio de la tripulación, y en su hundimiento transportaba a 280 personas. No hubo que lamentar desgracias personales.

Sin embargo, la leyenda se ceñiría sobre el Alfonso XII por una cuestión que llenó de sueños a los habitantes de esta isla. En el momento de su hundimiento, el barco transportaba diez cajas de oro precintadas conteniendo 500.000 duros en oro, con un contravalor de diez millones de reales en metálico, que el Ministro de Ultramar del Gobierno de España, ‎Adelardo López de Ayala (Gobierno de Antonio Cánovas del Castillo), enviaba a Cuba para atender las más urgentes necesidades de la Isla. Siendo el propietario del barco, el Marqués de Comillas.

El Marqués de Comillas, se dirigió al agente de la compañía en Las Palmas, el señor Ripoche, en un telegrama que decía: ¡¡Disponga usted, que se hagan de inmediato por cuenta de la compañía todos los esfuerzos humanamente posibles para salvar la “correspondencia en primer lugar, y en segundo los caudales”. Si hay posibilidad, aunque sea remota de salvar el casco del Alfonso XII, proceda inmediatamente a los trabajos preparatorios sin omitir gastos!!. No llego a entender el motivo por el cual esa preocupación por la correspondencia , dejando en segundo lugar las monedas de oro. Lo mismo era por evitar que el papel se mojara…. sarcasmo.

Técnicos y buzos llegaron desde Cádiz por empeño del Marqués de Comillas. La Baja de Gando figuraba en los mapas como uno de los escollos a salvar a la salida del Puerto. Pero el esfuerzo de los buzos fue estéril y la leyenda de las cajas de oro se extendió por la ciudad alimentando tertulias de bochinches y plazas. Tal fue su repercusión que nuevos buzos, esta vez llegados de Inglaterra, arribaron al Puerto para sacar las que posteriormente se recuperarían, nueve a cargo de los buzos contratados por la compañía. La décima no fue encontrada.

La línea americana que cubría el buque era San Juan de Puerto Rico, Habana y Veracruz, pero en esta ocasión la próxima escala después del puerto canario, sería Habana. A las 15 horas del mismo día, con sol resplandeciente y mar “en calma”, repito, «EN CALMA», el buque al mando del capitán Juan Herrera, leva anclas y zarpa para el que sería su fatal destino. El hermoso trasatlántico “Alfonso XII” se fue a pique y sus restos reposan en el fondo de la Baja de Gando, a 48 metros de profundidad.

La cosa tiene otra historia y es la siguiente. La carga de los cofres estaba asegurada, pero no lo estaba el barco. Ahora piensen ustedes cómo es posible que una aseguradora “inglesa” permita que se traslade el dinero en un barco sin seguro. Dicen que se recuperaron nueve de los diez cofres con las monedas de oro y que el décimo no apareció. Después de varios días de trabajo, lo dieron por definitivamente perdido. ¿?

El rescate del oro costó la vida al inglés David Tester, que falleció, fuera del agua y de noche mientras dormía, cuando, según él ya la tenía localizada al alcance de su mano. Como recoge el certificado de defunción del Registro Civil de Telde, David Tester falleció en la ciudad de los Faycanes el 1 de abril de 1887, natural de la ciudad de Londres, de cuarenta y cinco años, casado, de profesión buzo, residente en la playa de Gando; murió, a las nueve de la noche (30 de marzo) a consecuencia de una apoplejía cerebral. A su cadáver se dio sepultura en el Cementerio destinado para los súbditos británicos en el barrio de San José, en Las Palmas de Gran Canaria. Efectivamente su cuerpo fue enterrado en la tumba número 274. Éste fallecimiento me huele a cuerno quemado, como tambien me huele el del fiscal fallecido en Argentina…, «piensa mal y acertarás»

Si como cuentan las crónicas, se recuperaron nueve de las diez cajas, ¿cómo es posible que no conste su traslado desde Telde a Las Palmas de Gran Canaria y su lógico embarque en algún barco para que continuaran hacia su destino (La Habana) y cómo es posible que no exista ninguna información sobre la investigación sobre la caja “desaparecida”?

La cosa tiene su lógica, su desaparición, no de una caja, más bien de las diez cajas con las monedas de oro, ocurrió durante unos años en los que los políticos españoles del momento, se despreocuparon de todas las provincias de ultramar y que su abandono no ya del territorio sino mucho más de las personas, nos llevaron a la perdida de todo el Imperio español y que en la actualidad continúa día sí y día también con la destrucción de lo que nos queda.

Una opinión, muy mía, es que el oro se lo quedaron y repartieron los de siempre, a espaldas del pueblo, al que engañaron con unas leyendas urbanas, que han llegado hasta nuestros días. No se extrañen ustedes de que con las técnicas actuales, existan submarinistas que siguen bajando en busca del tesoro y al salir digan claramente que “abajo” no hay nada, que todo es una mentira, política, pero mentira al fin y al cabo.

Doramas

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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