«El hombre que no habla»

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A mi nieto Álvaro, que me inspiró.

Como todos los días, también hoy he acompañado a mi nieto Álvaro al colegio. Muy despacio, paseando, recorrimos el trayecto desde nuestra casa al cole. Sin prisas, deleitándonos con la  magia que hacían las puertas de los garajes, al abrirse y cerrarse sin que nadie las empujaran.

Entretanto que esperábamos a que los ositos de los semáforos  se pintaran de verde,  hablábamos de cosas importantes: Rojo esperar verde pasar, rojo esperar verde pasar, rojo…

Más adelante estaba la estatua del hombre de piedra que no habla, y la pregunta de todos los días: ¿Por qué no hablas hombre? También mi respuesta de todos los días: Porque es de piedra.

Claro, es que todavía Álvaro es muy pequeño para entender que el hombre que no habla si habla. Bueno, habló y escribió. Hablo y escribió  cosas tan bonitas como:  «Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro…». Pero llegará el momento en que mi nieto comprenda que el silencio también es una forma de hablar, de comunicarse. De que ese pétreo silencio del hombre de piedra que no habla, de Juan Ramón Jiménez,  le leerá muy despacito su  ´Platero y yo´.

En la puerta del colegio y, antes de entrar, los dos miramos al cielo para despedirnos de la Luna, antes de que se fuera a dormir. Y es que despedirnos de la Luna se ha convertido también en nuestra momentánea despedida.

Después de dejar a Álvaro en el cole, y de regreso a casa, volví a  pasar a su lado, al lado del hombre  que no habla. Ambos sonreímos con complicidad ante la hermosa y tierna ingenuidad de mi nieto.

Pero, quizás necesite algo más que la pérdida de su ingenuidad para que algún día Álvaro pueda entender que también hay hombres que, sin ser de piedra, tampoco hablan. Hombres enmudecidos por el egoísmo. Hombres a los que la sinrazón les ha secuestrado el diálogo, para arrastrarlos a la violencia. Hombres que han convertido las palabras en tintineo de cadenas,  murmullos de porras,  silbidos de balas o estruendo de cañones.

Quizás por eso, porque los otros hombres que no hablan han cubierto el mundo de  nubes grises de odio, de intolerancia, de egoísmos, de guerras…, hoy mi nieto Álvaro y yo no pudimos ver la Luna para despedirnos ella, porque hoy la Luna estaba oculta entre las nubes grises que acompañaban la mañana.

José Juan Sosa Rodríguez 

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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