España vive una especie de tensa calma institucional, pero no porque todo esté controlado, sino porque todos saben que algo puede estallar en cualquier momento. Y lo que puede estallar no es una crisis diplomática, ni una inflación desbocada, ni una huelga general. Es un archivo de audio. Una grabación. O más de una.
Sí, Koldo, el asesor, el escolta, el hombre que pasaba desapercibido hasta que se supo que lo grababa todo como si fuera el Spotify del poder. Y ahora, en un giro de guión que ni Netflix se hubiera atrevido a escribir, Koldo se ha convertido en el verdadero oráculo del sanchismo. Porque lo que tenga en sus grabaciones puede no solo condicionar la legislatura… puede determinar si el país irá a elecciones anticipadas o no.
En La Moncloa, la agenda política ha sido sustituida por el calendario del miedo. Pedro Sánchez, cada vez más delgado y con jornadas que empiezan a las cinco de la tarde sin haber comido, no está haciendo dieta. Está haciendo tiempo. Porque gobernar, lo que se dice gobernar, ya no depende de él. Depende de si Koldo le da al “play”.
En el PSOE ya no queda santidad. Ni mártires. Ni siquiera almas piadosas dispuestas a salir en la foto. Los santos fueron excomulgados por sospechosos y lo que queda es un partido en modo sigilo, con portavoces mudos y barones autonómicos haciendo la señal de la cruz antes de cada rueda de prensa.
Y mientras tanto, Koldo se suma al selecto club de los lampistas de las grabaciones patrias, compartiendo altar con Villarejo, el comisario que grababa más que hablaba, y Miguel Ángel Ramírez, el empresario que convertía cada reunión en una cinta magnetofónica. Entre los tres, han montado una especie de Hermandad del Santo Audio, una cofradía donde no hay incienso, pero sí micrófonos ocultos, nombres propios y efectos devastadores.
¿Y la oposición? Pues eso: el PP no está para dar lecciones a nadie. Que si en el PSOE ya no hay santos, en Génova lo que no hay es memoria. Los sobres, las cajas B, los trajes de Gürtel y los discos duros triturados siguen ahí, como tatuajes judiciales que ni el maquillaje de Feijóo puede disimular.
Pero en esta tragicomedia, el broche final lo pone esta verdad incómoda: Koldo no fue elegido en las urnas, pero hoy es quien decide si votamos.
Y más aún: el capitán Sánchez sigue al mando del barco… pero solo hasta que Koldo quiera. Porque en esta embarcación, el timón es un pendrive, el viento lo marca un juez, y el iceberg puede estar en cualquier juzgado de instrucción.
España, año 2025. La democracia representativa sigue en pie… aunque el piloto automático lo controla alguien que lo grabó todo.
Juan Santana, periodista y locutor de radio
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