Aunque hay que celebrar el que, cada vez más, se transmita el desarrollo de las actividades parlamentarias por los medios de comunicación pública, lo que, demasiado a menudo, traslucen las intervenciones y debates de las y los diputados en sus comparecencias, es, penosamente, una mezcla de retóricas huecas y de medias verdades, una sarta de lugares comunes encadenados en un habitual diálogo de sordos, que produce, cuando no el aburrimiento, el hartazgo. Y es que décadas de excesivo protagonismo de las cúpulas de los partidos en las concurrencias electorales, junto a la determinación legal de que el orden en las listas de las candidaturas sea cerrado, han causado estragos en nuestro sistema representativo.
La perversión de los fundamentos del sentido democrático que ha venido a llamarse la Partitocracia ha terminado por estrangular la expresión del pluralismo político y la propia libertad de expresión de quienes, no obstante, resultan elegidos para parlamentar en representación de la ciudadanía en las Cortes. Las y los diputados casi han llegado a olvidar que reciben su acta a título personal y no en su condición de correligionarios de un partido o de defensores de una ideología política. Y que la responsabilidad parlamentaria exige, sobre todo, defender el bien común y procurar el interés general del pueblo, el sujeto soberano al que se sirve.
El bipartidismo imperante, promocionado en casi todas las Democracias occidentales, con la disciplina de voto que impone y con la retórica impostada que practica, ha vaciado de contenido estas responsabilidades fundamentales. La perversión democrática y el empobrecimiento de la cultura política que estas cortapisas han supuesto, en los últimos años han tenido su contestación en las calles, de múltiples maneras. Una frase, muy popular en las manifestaciones cívicas, lo expresa con claridad: No nos representan.
Esto ha acabado expresándose en las últimas elecciones generales, que han hecho tambalearse el estado de cosas, pues los escaños asignados impiden la mera continuidad de la alternancia política entre los partidos mayoritarios. Esta inusitada circunstancia supone toda una oportunidad para instaurar una anhelada nueva cultura política, centrada en la búsqueda de acuerdos amplios a través del consenso. Pero, a lo que se ve, el reto puede que sea excesivo para los dirigentes de los partidos, de los clásicos y de los emergentes. El aire fresco que ha entrado en el Congreso puede que acabe constipando a todas sus señorías y tengamos que ir a nuevas elecciones.
Con todo, no podemos negar que hay nuevas maneras en la forma de hacer política, como en el caso de la destitución fulminante del Secretario de Organización de Podemos, Sergio Pascual, llevada a cabo por el Secretario General, Pablo Iglesias, que ha permitido a Íñigo Errejón, responsable de la Secretaría Política, hacer visible que en los partidos ya no es imprescindible la fidelidad absoluta a los dirigentes, que con ser leal, basta. Y que ya se puede discrepar con los que mandan sin que te corten la cabeza. Aunque la discrepancia con “su” Secretario general, Errejón la haya expresado, mas bien, con el silencio… Y, así, claro. En fin, habrá que darle tiempo al tiempo.
Mientras tanto, la gente de a pié, a la espera, “la casa, sin barrer”.