«Cuando lo que se quema son los recuerdos y algo más…»

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«Yo le voy a decir lo que se me quemó. A mí lo que se me quemó fue la vida: las fotos de mis padres, los dos relojes Cuervo y Sobrino que me trajeron de Cuba, la vieja caja de cedro de mis abuelos, la colección de cuchillos antiguos, de más de cien años, la manta de pastor que compré a mitad del siglo pasado en Arucas y por la que me llegaron a ofrecer 150.000 pesetas, las tres albardas de jergón, que son unas monturas que así ya no se hacen, dos catres de hierro de los buenos, el chiquero, el gallinero, los papeles de la casa, la casa también, y sobre todo Canario, mi perro majorero que me trajeron de Fuerteventura y al que solo le faltaba hablar…»

Anacleto Quintana, afectado por el incendio forestal  de Gran Canaria en  2007, entrevistado por Juanjo Jiménez.    La Provincia  28/11/2010 S

Cuando se retiran los intervinientes. Cuando la noticia de la tragedia pasa a un segundo lugar, y deja de tener interés para los medios de comunicación. Cuando el político de turno empapeló su cuasi patológico protagonismo con las fotos de rigor en el paisaje desolado por la tragedia, entretanto que se deshace en promesas que difícilmente cumplirá. Cuando la solidaridad y el apoyo de la gente se difumina entre los resquicios de la dura realidad… En definitiva, cuando se acaba la fase que muchos intervinientes en desastres y emergencia conocemos como de «Luna de miel» es cuando las víctimas o damnificados por el desastre comienzan a tomar conciencia de la traumática situación en que han quedado inmersos.

Así, después de superar esta fase inicial de luna de miel, los damnificados comienzan a cuantificar sus daños, materiales, humanos, afectivos,  o de cualquier otro tipo. Es aquí cuando la tragedia comienza a «quemarles las vidas». Cuando comienzan a elaborar sus procesos de duelo por las pérdidas sufridas.

Pero, por desgracia, acabada la fase de luna de miel, y coincidiendo con el inicio del proceso del duelo, los damnificados  suelen entrar en otra fase de la tragedia, conocida como «frustración». Frustración al tener que demandar a los seguros por el incumplimiento de sus pólizas. Frustración con el político de turno que, con total irresponsabilidad, en su momento prometió ayudas que ahora no puede cumplir. Incluso -por qué no- frustración con la sociedad a la que ve, de forma más o menos subjetiva,  como le ha dado la espalda…

La frustración como desencadenante de episodios de severas alteraciones emocionales, las situaciones extremadamente estresantes derivadas de los conflictos mantenidos con entidades públicas o privadas que intentan negarles o mermarles sus derechos, unido al  aplazamiento del proceso  duelo al que muchas veces  se ven forzados, por tener que dar prioridad a la defensa de sus derechos e intereses, hacen que esta fase sea una de las más duras, complicadas y dañinas, si no la más, a la que tienen que enfrentarse  las víctimas o afectados por la tragedia.

Como experto en psicología de emergencias y catástrofes, estoy convencido de que es precisamente en esta fase de frustración, incluso más que en la propia fase de impacto, donde las víctimas o damnificados tienen mayor riesgo de sufrir algunos tipos trastornos  mentales derivados de la propia catástrofe.

Por lo tanto, después de las promesas incumplidas del político,  de los destellos de los flases de las cámaras de fotos, de los baños de multitudes, de los homenajes a los héroes, de los chalecos de algunos intervinientes de pacotilla -también los de algunos compañeros psicólogos- deseosos de protagonismo y  que solo buscan la notoriedad que le da la foto publicada en los medios, después de todo eso, y en el anonimato de la post emergencia, es donde  la función del psicólogo emergencista cobra su verdadera importancia. La importancia de detectar, evitar o atenuar los posibles trastornos mentales que, a medio o largo plazo, pueden sufrir las  personas afectados por la tragedia.

Desgraciadamente, las lecciones aprendidas en otras tragedias, incluidas las de otros incendios forestales en Gran Canaria, me llevan a pensar que algunos de los afectados por este último incendio, a los que, igual que  Anacleto, «se les quemó la vida», y  que ya  ha comenzado con sus procesos de duelo por las pérdidas sufridas, se verán abocados a vivir el calvario de una post emergencia, donde los episodios de frustración y  estrés formaran parte de su día a día, poniendo en serio peligro tanto su salud mental como fisiológica.

José Juan Sosa Rodríguez es psicólogo general sanitario y experto en Psicología de Emergencias y Catástrofes

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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