«CON MI ACEPTACIÓN, COMPRENSIÓN Y RESPETO EN EL DÍA INTERNACIONAL DE LA MEMORIA TRANSEXUAL»

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Otro amanecer, y de nuevo la sangre volvió a ocultarse entre los pliegues de las sábanas. Otro día más en el que volvía a derramarse sobre su alma prisionera en un cuerpo equivocado el dolor de la incomprensión y del escarnio.

Él, en postura fetal y con las piernas juntas, dolorosamente juntas, se sentía incapaz de retirar la sábana que lo cubría, porque, retirarla, suponía volver, una vez más, a afrontar su propia tragedia, su horrible tragedia, sin que apenas le quedaran fuerzas para hacerlo. El drama escrito con las gotas de sangre que, de nuevo, se escapaban de aquel cuerpo con el que no se sentía identificado, que no lo sentía suyo.

El drama de su agónica disforia, el de la incomprensión de sus padres y de sus hermanos. El drama del escarnio de sus compañeros de instituto. El drama de la soledad de quien no se atreve expresar y compartir sus sentimientos por miedo a la burla y al rechazo.

La tragedia representada en aquel uniforme, en aquella falda, que asomaba por la puerta entreabierta de su armario. Aquel uniforme de colegiala, transformado en el yugo que lo uncía a la confusión producida por la discordancia entre el género que él experimentaba -con el que se identificaba- y el sexo que la caprichosa naturaleza le había impuesto.

La discordancia entre el sexo, como condición biológica y genética, y el género socialmente construido, artificialmente diseñado, espantosamente impuesto.

Cerró los ojos y se llevó a la boca su mano temblorosa. Solo fue necesario un instante, unas décimas de segundo, después el grito de terror de su madre y la sirena de una ambulancia que recorría las calles de su ciudad contando la historia que él, por miedo, nunca se atrevió a contar. Atrás quedaron para siempre las sabanas manchadas de sangre y la falda de colegiala. Atrás quedó para siempre aquel cuerpo que no era suyo, que lo aprisionaba, que le había secuestrado la libertad que dignifica al ser humano

Atrás quedó para siempre una sociedad que no fue capaz de comprender que el ser humano está muy por encima del sexo como condicionante biológico y de los roles sociales artificiosamente impuestos, que merman la libertad y la dignidad del ser humano.

Porque, a pesar de que en octubre se cumplió el 29 aniversario del asesinato de Sonia Rescalvo Zafra, considerada la primera mujer en España asesinada por ser transexual, nada, o muy poco, ha cambiado en un sector importante de nuestra sociedad, esclavizada por los modelos farisaicos, radicales y anacrónicos de una moral envilecedora y puritana.

Nada, o muy poco, ha cambiado entre nosotros, aunque la OMS, a través de la CIE 11 – Clasificación Internacional de las Enfermedades- haya despatologizado la transexualidad para referirse a ella como ´discordancia de género´.

Así es, nada, o muy poco, ha cambiado entre nosotros, incluso sabiendo que la biblia de los psiquiatras y psicólogos, el Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), ha dejado de considerar a la transexualidad como un trastorno psicológico por sí mismo, tratándolo como ´disforia de género´, caracterizada por una identificación potente y persistente con el otro sexo asociada con la ansiedad, la depresión y la irritabilidad.

Nada, o muy poco ha cambiado entre nosotros desde el asesinato de Sonia Rescalvo Zafra, porque, en contra de lo opina la comunidad científica, seguimos empeñados en etiquetar como enfermos o inmorales a todas las personas que elijan cualquier opción sexual que se aparte de la heterosexualidad.

José Juan Sosa Rodríguez es psicólogo

Florentino López Castro

Florentino López Castro

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