«El tren equivocado»

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´A través de este cristal que huye

 a tantos kilómetros por hora,

con la frente apoyada sobre el fresco rocío matinal

para calmar la fiebre que me abruma

desfilan los paisajes más extraños…´

Versos de ´El tren equivocado´, de Guillermo Lombardía

 

¡Cuántas veces en nuestras vidas nos hemos subido a un tren equivocado! ¡Cuántas veces!

A veces no nos percatamos de que nos hemos subido a un tren equivocado hasta que, una vez iniciada su marcha, a través de este cristal que huye a tantos kilómetros por hora´, nos damos cuenta de que ante nosotros ´desfilan los paisajes más extraños´. Entonces –cuando nos hemos dado cuenta de nuestro error- es cuando pensamos que ahora lo más importante es estar muy atentos, y es esperar a que el tren pare en la próxima estación para bajarnos de él, e iniciar el recorrido de vuelta a la estación de origen, donde nos espera el tren que teníamos que haber tomado, el tren que ha de llevarnos a nuestro verdadero destino.

Pero, en muchas ocasiones, a través del cristal que huye a tantos kilómetros por hora, vemos paisajes extraños, paisajes que, al menos, nos generan la duda de que, quizás, no viajamos en el tren correcto. Y, mientras dudamos, el tren sigue su marcha, y las estaciones van pasando unas detrás de otras, casi sin que nos demos cuenta, hasta que se nos presenta el revisor y nos confirma que viajamos en un tren equivocado. Ya no nos queda la menor duda, viajamos en un tren que no es el nuestro. Pero a pesar de la advertencia del revisor, de que vamos en un tren equivocado, y que ya quedan muy pocas estaciones para que el tren llegue al final de su recorrido, por motivos tan insustanciales como que el tren tiene unos asientos muy confortables, que gozamos de una grata compañía, o que el paisaje es muy bonito, decidimos también nosotros llegar hasta el final del trayecto, con la esperanza de volver a tomar otro tren que nos devuelva a la estación de origen. Pero ya es tarde. En la estación donde acabó nuestro recorrido equivocado no hay ningún tren esperándonos para poder hacer el viaje de vuelta, y el que nos esperaba en la estación de origen, para llevarnos a nuestro verdadero destino, ya no está allí, ha salido, quizás con algo de retraso por esperar inútilmente por nosotros.

¡Cuántas veces en nuestras vidas nos hemos subido a un tren equivocado! ¡Cuántas veces!

¿Cuántas veces hemos iniciado unos estudios que no nos gustan, y pronto comenzamos a ver a través de este cristal que huye a tantos kilómetros por hora como pasan los extraños paisajes, esos paisajes que nos alertan de que viajamos en un tren equivocado? Pero, influidos por circunstancia tan baladíes como la tradición familiar, o su demanda en el mercado laboral, dejamos que pasen las estaciones que marcan el recorrido de nuestra existencia sin abandonar ese tren. Pasan las estaciones, y llegamos al final del recorrido con unos estudios terminados que, en el mejor de los casos, nos habilitan para ejercer durante el resto de nuestra vida una profesión que no nos gusta, que no nos hace felices. Pero, en muchas ocasiones, ya es tarde para retomar el verdadero tren, y nos convertimos en médicos mediocres e infelices, o en leguleyos, encerrados en el oscuro y polvoriento despacho de la frustración.

¡Cuántas veces en nuestras vidas nos hemos subido a un tren equivocado! ¡Cuántas veces!

¿Cuántas veces hemos iniciado una relación de pareja y pronto comenzamos a ver a través de este cristal que huye a tantos kilómetros por hora como pasan los extraños paisajes? Esos paisajes que nos avisan de que hemos tomado un tren equivocado. Ese paisaje que nos dice que hemos iniciado una relación equivocada, un viaje que según se va acercando a su destino final, también está llevando a nuestra relación de pareja, o a nuestro matrimonio, al fracaso más absoluto. Pero por cuestiones tan intrascendentes como la sensación de fracaso, o el miedo a la ruptura, o a los cometarios ajenos, o la falsa esperanza de que en cualquier momento el tren puede cambiar de vía, para llevar nuestra relación de pareja a su verdadero destino -donde vamos a ser felices- dejamos que pasen las estaciones y no nos apeamos del tren equivocado. No nos bajamos de él a pesar de que nuestro revisor interior insiste en que nos bajemos, que ese no es nuestro tren, que jamás podremos ser felices viajando en él, que tomemos cuanto antes el tren de regreso a la estación de origen, para comenzar un nuevo viaje en el tren correcto. Pero volvemos a no prestarle atención a esos paisajes más extraños que vemos través de este cristal que huye a tantos kilómetros por hora, y llegamos al final del recorrido de un tren que, equivocadamente, hemos tomado. Quizás hemos pasado mucho tiempo viajando en ese tren de una relación de pareja equivocada, y ahora, en la estación de llegada, tampoco hay un tren que nos devuelva a la estación de partida, ni en esta estación está el tren que, cansado de esperarnos, también hace mucho tiempo que inició su marcha. Entonces nos sentimos solos, preñados de dolor, de frustración y desesperanzas, y con la sensación de que hemos vivido una vida pobre e infeliz, vacía de cariño, negada de afectos y llena de tristezas y desafectos. Pero la mayoría veces, ya es tarde, ya no nos queda tiempo para tomar otro tren, porque, como he dicho, hemos perdido mucho tiempo viajando en un tren equivocado.

Mas el error más grave que podemos cometer no es habernos subido muchas veces en nuestras vidas a trenes equivocados. El error más grave, el que nos lleva la vida por el camino gris de la tristeza, la infelicidad y el fracaso, es no habernos bajado a tiempo de esos trenes.

Si crees que en tus estudios, en tu trabajo, en tus finanzas, en tu relación de pareja…vas en un tren equivocado, bájate cuanto antes de él, no esperes al final del trayecto para hacerlo, y vuelve a comenzar de nuevo otro trayecto que te convenga o que te guste más. Porque el fracaso en la vida no consiste en bajarnos muchas veces de los trenes que hemos tomado por error, sino en no bajarnos de ellos cuando nos damos cuenta de que jamás nos llevaran al destino correcto, al destino que hemos elegido libremente.

José Juan Sosa Rodríguez es psicólogo

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