«Cuando se apague el volcán…»

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La Palma no solo es lava y cenizas, también es sal y aire limpio, donde se reflejan las estrellas.

No, claro que no, La Palma no es solo fuego y azufre, también es agua y pureza.

No, no lo es, La Palma no son solo terremotos, o el serpenteo vibrante del tremor, también son bosques de laurisilva, y de pinares, y remansos de quietud y paz.

La Palma no es solo el rugido del volcán también es el silencio pintado con los colores del tajinaste, o la calma sapiente del vetusto drago.

Cuando se apague el volcán, se irán los científicos, y los medios de comunicación dejarán de hablar de La Palma. Así, los políticos se quedarán sin cámaras para hacer públicas sus promesas de ayudas, que difícilmente se harán realidad, o tardarán mucho tiempo en hacerse. Así será, cuando las fajanas dejen de crecer se retirarán los intervinientes, los bomberos, la UME, Cruz Roja, los voluntarios…, y la solidaridad con los damnificados desaparecerá. De esta forma, también los niños palmeros dejaran de recibir las cartas de consuelo y cariño de otros niños de la Tierra. Cuando se apague el volcán, todo será soledad envuelta en cenizas, y se acabará la etapa que en emergencias llaman de “luna de miel”.

Cuando las coladas de lava dejen de engullir las casas y los cultivos, llegarán a La Palma los funcionarios, notarios, topógrafos, registradores de la propiedad, abogados…, y comenzaran a pedir documentos de propiedad de casas y tierras. Pedirán escrituras, hijuelas o “papeles privados” de compra. Cuando el volcán deje de humear vendrá el silencio de las promesas de ayudas incumplidas, o de difícil acceso por lo farragoso de los trámites para solicitarlas o la falta de la documentación requerida. Cuando las cenizas dejen de cubrir los tejados, se abrirán las salas de los tribunales, aparecerán las colas en las oficinas de los servicios sociales y aparecerá la frustración. 

Cuando se apague el volcán, y la tierra deje de temblar, los palmeros comenzarán a elaborar sus procesos de duelo por las pérdidas sufridas por la tragedia. Pero no solo por sus pérdidas materiales, las de sus viviendas, las de sus bodegas, las de sus cultivos, las de sus aperos…Cuando se apague el volcán, los palmeros afectados por el desastre también comenzarán a elaborar otros duelos, más dolorosos si cabe,  duelos por la pérdida del paisaje que, a lo largo de sus vidas, veían todas las mañanas al despertar, duelos por la pérdida de sus relaciones sociales y vecinales, duelos por la pérdida sus recuerdos familiares, por la pérdida de una parte de su cultura, de sus tradiciones, de sus señas de identidad…

José Juan Sosa Rodríguez

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