A petición del Jurado y antes de que se comunicara qué Relatos serían los ganadores, todos los alumnos subieron al escenario donde recibieron un apoteósico aplauso de los presentes.
Mientras el Jurado deliberaba a quienes concederles los premios y la Beca de Estudios, el gran premio del certamen, un grupo musical amenizaba la espera con canciones de los años setenta y ochenta que fueron muy del agrado de todos los presentes.
Tras un breve descanso en los pasillos del teatro, los allí congregados murmuraban, comentaban quienes podrían ser los candidatos… quienes podrían optar a los cuatro premios.
El sonido de un timbre daba el aviso para regresar al patio de butacas para escuchar el fallo del jurado.
Tomó la palabra el secretario del jurado, Don Victorino, el profesor más quisquilloso y puñetero del Instituto. Era el que nos daba clase de Historia Contemporánea. Aquel que era tan alto como un ciprés, tan calvo como el culo de un niño chico. Aquel del bigote tan peludo que bien pudiera cepillarte el abrigo si se te acercaba a olerte.
Portaba un escrito en su mano derecha, y tomando el micrófono hizo callar al respetable con su frase preferida: ¡Cállense coño! y dejen hablar a quién sabe más que ustedes.
Pronunció un pequeño discurso donde nombró, en primer lugar, a todos y cada uno de los miembros del jurado allí presentes:
La presidenta del jurado no podía ser otra que la profesora de Latín, Doña Orosia, Osia para los amigos… Aquella mujer que casi no llegaba a verse en la mesa y que necesitaba de un taburete para poder estar a nuestra altura o un poco más mientras rezábamos el “Páter Noster” al comienzo de la clase.
Don Romualdo, uno de los vocales, un buenazo, un cacho de pan, un santo en medio de un curso de chavales difíciles de controlar. Un bendito o vendido en infinidad de ocasiones en que prefería quedar como un mentiroso antes de descubrir al culpable.
Doña Rosadela, otra de los vocales, una mujer muy entera y de prietas carnes que dejaba entrever con sus anticuados vestidos que diariamente lucía en el Instituto. La Guarraldina, como se la reconocía entre el alumnado. Una mujer de ideas muy concretas y anticuadas que a más de uno o de una nos dejaba desconcertados cuando pillaba alguna parejita en el patio dándose un “pico”.
Después de la presentación del jurado y dedicar unas palabras al profesorado del centro, pasó a dar a conocer el fallo del jurado ante la atenta mirada de los presentes que, en el patio de butacas, entre silbidos y aplausos, esperaban impacientes.
Don Victorino comenzó la lectura del fallo:
El cuarto premio es para la Señorita Chaxiraxi, por su relato titulado: “Paseo por el Roque Nublo”.
(Aplausos de los presentes…)
El tercer premio es para el Señor Zebenzui, por su relato titulado: “Los ancianos de la Aldea”.
(Aplausos de los presentes…)
El segundo premio es para la Señorita Sonia, por su relato titulado: “La gota de sangre que no colmó el vaso”.
(Aplausos de los presentes…)
Tras un corto espacio de tiempo donde el jurado se mostraba indeciso, un murmullo se dejaba sentir en el hemiciclo que presagiaba que el primer premio no estaba del todo claro para los miembros del jurado.
Pasados unos minutos, se escuchó al secretario del jurado decir:
El primer premio y Beca de Estudios es para el Señor Nacho, por su relato titulado:
“La brillante aureola de un ser querido”.
Tras un corto espacio de tiempo donde todo el público quedó enmudecido, un aplauso rompió el silencio de los presentes.
Poco a poco todos los allí reunidos, poniéndose en pie, aplaudían a Nacho que, sorprendido al escuchar su nombre como ganador, lo vitoreaban sin cesar: ¡Nacho… Nacho… Nacho!
Nacho no daba crédito a lo que acababa de escuchar por los altavoces: era él el ganador del Certamen Literario que cerraba el curso escolar y era el ganador de la Beca de Estudios, esa beca que sería de gran ayuda para sus Padres pues no tendrían que preocuparse por los gastos de sus estudios durante algunos años.
Emocionado y tembloroso en sus gestos subió al escenario para recoger el premio, no sin antes mirar al cielo y dar las gracias a esos seres queridos, sus ángeles de la guarda, y cómo no, también a sus Padres allí presentes.
El Himno del Instituto cantado por todos los presentes fue el broche final que cerró el acto.
-Un gran relato -dijo Edmundo a su amigo Liliano. Tienes una brillante imaginación para componer una historia que nos ha hecho sentirnos como si estuviéramos sentados entre el público, en ese acontecimiento.
-Ha sido un relato muy emotivo y lleno de sentimientos -comentó Curro. Nadie mejor que tú para narrarlo.
-¡No es para tanto! -exclamó Liliano. No es más que algo que soñé hace unos días a lo que he dado forma.
-Forma, vida y sentido -dijo Patricia, una linda joven que estaba enamorada de Liliano sin que él lo supiera… Nos ha entrado…
-Deberías presentarlo a algún certamen literario, seguro que ganabas -comentó Ayoze.
-No creo que lo haga -dijo Liliano cerrando el cuadernillo donde estaba escrito lo que había narrado.
-No seas modesto y publícalo -comentó Curro. Tienes nuestro apoyo y te ayudaremos en todo lo que podamos para que ese relato vea la luz… ¡Hazlo…!
-Lo pensaré, lo pensaré… -dijo Liliano.
-No lo pienses, ¡hazlo! -dijeron todos a la vez.
-Tu talento para escribir tiene que ser conocido por todo el mundo -comentó Patricia.
-¡Claro que sí! -exclamó Curro. Todo el mundo debe saber lo buen narrador que eres.
-Narrador… y excelente escritor -dijo Edmundo.
-¿Escritor? -preguntó Ayoze algo sorprendido.
-¡Sí, escritor! -exclamó Edmundo. He leído algunos de los escritos que tiene en su casa y son realmente muy buenos.
-No es para tanto -dijo Liliano. Son historias que me invento y que no creo que llegue a publicar nunca.
-Un grave error -dijo Patricia. Si Edmundo dice que son buenos, nadie mejor que él para animarte a publicarlos.
-Cuenta conmigo para publicarlos -dijo Edmundo. Mi padre trabaja en una editorial y una ayudita bien te puede echar.
-No pierdes nada por intentarlo… -dijo Curro. Seguro que te hace un buen precio por una pequeña edición.
-No es por el dinero -dijo Liliano.
-Si no es por el dinero… ¿por qué es? -preguntó Ayoze.
-Pues… por miedo al fracaso -dijo Liliano. Tengo miedo al fracaso.
-Fracaso es cuando no haces nada por publicar tus escritos, tus relatos, tus novelas… -dijo Edmundo.
-No pienses en el fracaso sin antes haber publicado por lo menos uno… ¡El que más rabia te dé…! -comentó Patricia. Yo lo haría.
-Bueno, vale, lo haré -dijo Liliano. Buscaré uno que pueda llegar bien al lector y se lo llevaré a tu Padre para ver qué opina.
-No te demores que el tiempo pasa muy deprisa -dijo Edmundo.
-Mañana mismo le llevaré el primer relato que escribí -dijo Liliano.
-¡Seguro que te lo publica, seguro! -exclamó Curro. Ya lo veo en los escaparates de las mejores librerías de todo el mundo…
-¡Dios te escuche! -exclamó Liliano alzando la vista al cielo.
FIN