-Es preferible dar un paseo de cinco minutos bajo un poco de lluvia, la nieve o el frío, que estar tres horas en un coro con goteras, pendientes de un techo y con el peligro de que les caiga una teja o todo el techo –comentó Juan.
-Pues será lo primero que haremos: el arreglo de la Iglesia –dijo Pablo.
-Y el resto de las obras, cuando terminemos con la Iglesia –dijo Iñaki.
Un día entero nos llevó el arreglo de todo el Monasterio… Entre todos los monjes, los hermanos y nosotros realizamos todas las tareas encomendadas:
Paco se encargó de la Iglesia: de su tejado, de sustituir las vigas en mal estado por otras nuevas, impermeabilizar el techo, colocar nuevas tejas, arreglo de humedades, y el alumbrado necesario para que nadie tuviera penumbra por la noche.
Yerai se ocupó de la carpintería: arreglos de atriles, sillería del coro y bancos, altares y retablos de la Iglesia y de las siete capillas.
Pepe examinó los pozos y manantiales de agua de todo el Monasterio y los cercanos al mismo.
Pablo, ayudado por los monjes encargados de las caballerizas y del ganado, hizo un excelente chequeo a las yeguas, a los sementales y potrillos, así como a los bueyes y vacas, cerdos, ovejas, cabras y demás animales del corral.
Juan, examinaba el estado de las piedras de las cuevas, del patio, de los pilares, de los tejados y ayudaba en todo lo que podía a sus compañeros.
Iñaki, como buen historiador, redactaba todo cuanto sucedía en el monasterio para dejar constancia de ello para la posteridad.
Anselmo, como siempre, con sus cámaras al cuello plasmaba y dejaba constancia de todo cuanto sucedía en el Monasterio.
Como era de esperar, tuvimos ayuda de todos los monjes y hermanos incluso de los novicios, cada uno dentro de sus posibilidades y horarios, pues eso sí, se respetaban las horas de rezo y descanso.
En menos de lo que podíamos imaginar… ¡un sólo día!… todo estaba terminado y en perfectas condiciones.
Era como si un milagro hubiera sucedido. Lo que parecía una obra de dos semanas, en un solo día se había realizado.
Era como si en una hora hubiéramos hecho más trabajo que en dos años juntos, y eso nos extrañó.
Nadie se quejaba, nadie acusaba cansancio alguno, todos ayudaban y reponían fuerzas con un simple trago de agua de aquellas tinajas que el hermano cocinero nos servía
El Monasterio estaba totalmente reparado. Nuevas instalaciones de luz y de agua… desagües nuevos, canalizaciones para las lluvias, tejados arreglados sin goteras, los animales revisados y en perfectas condiciones… todo estaba en orden.
El Monasterio había quedado como nuevo y todo con la ayuda desinteresada de todos los monjes, hermanos y hasta de algunos animales que trasportaban la carga.
Quedó tan bien arreglado, que el Prior nos invitó a poner nuestras firmas en el Libro de Oro de la Comunidad.
-Habéis demostrado vuestra valía –dijo el Prior. Vuestro trabajo será recompensado y recordado en los siglos venideros porque vuestros nombres quedan inscritos en el libro de visitas del Monasterio.
-La verdad es que hemos hecho una gran labor –dijo Iñaki que hablaba en nombre de todos.
-Ustedes más que nosotros –dijo Monseñor Damián, el Capellán. La Iglesia y el Coro han quedado mejor de lo que esperábamos.
-Bueno, bueno, dejemos de lanzarnos flores unos a otros –dijo Anselmo. Todos hemos colaborado en pro del Monasterio y sólo el Altísimo sabe lo que cada uno ha aportado de sus talentos para que tengan una digna y merecida morada.
-No se han fijado ustedes en esa extraña y densa niebla que desde anoche envuelve todo el monasterio -comentó Juan al Prior. Mientras dormían mis amigos, me despertó un extraño ruido que provenía del exterior y que, para mi asombro, al abrir la ventana pude ver como una densa niebla bajaba de una nube, recorría rápidamente todo el monasterio y eso me inquietó. Era como si quisiera envolver el lugar y hacerlo desaparecer. Lo que me llamó poderosamente la atención es que nadie se percatara de ella… ni los animales del establo se impacientaron al pasar la niebla entre sus patas, ninguno se inmutó. Es más, al llegar a nuestra celda se detuvo y misteriosamente se disipó… dejando todo el entorno recubierto con un extraño manto que bien pudiera ser como el rocío de la mañana.
– ¡Vaya por Dios! –exclamó el Prior. Se ha adelantado… Ha llegado antes de lo previsto… No debería haber aparecido hasta dentro de dos días y algo me dice que…
– ¿Qué es lo que está pasando? –preguntó Pablo.
– ¿A qué se refiere con decir que se ha adelantado y llegado antes de lo previsto? –preguntó Paco algo nervioso sin dejar de mirar a las nubes.
-La verdad es que no debería haber aparecido tan pronto –dijo el Prior.
– ¿Aparecido?… ¿tan pronto?… no entiendo a qué se refiere… –dijo Juan muy nervioso.
– ¿Hay algo que no sepamos… o no nos han dicho? ¿Envuelve algún misterio a este Monasterio? –preguntó Pepe con un tono inquieto y alterado.
-Son ustedes unos privilegiados en relación al resto del mundo… –dijo el Prior.
-Cuando llegaron al Monasterio recordarán que comentaron que no aparecía reflejado en el mapa –dijo el Capellán.
-Sí, cierto es –dijo Pablo y eso nos extrañó mucho a todos, la verdad sea dicha.
-Pues tiene razón –dijo el Prior. Este Monasterio oculta un gran secreto que muy pocos han tenido la suerte de conocer y entre ellos, ahora, ustedes… Esa extraña niebla que dice Juan que vio, es real… Es el aviso de que deben abandonar este lugar y volver a su vida cotidiana, la que ustedes viven a diario, porque si se quedaran aquí por más tiempo y la niebla cubriera por completo el Monasterio, no volverían a ver el mundo tal cual lo conocen hasta dentro de cien años…
– ¡Cómo! –exclamó Yerai.
– ¿Qué quiere decir? –preguntó Paco.
– ¡Aclárenos lo que nos dice! –dijo Iñaki que, sin salir del asombro que escribía rápidamente las palabras pronunciadas por los monjes.
– ¡Eso es!… por eso no aparecen ni el Monasterio ni las montañas gemelas reflejados en el mapa –dijo Juan, revisando el mapa una y otra vez. ¡Ahora lo entiendo!
-Sí, así es –dijo el Prior. Por extrañas circunstancia que no podemos revelar, esa niebla nos viene protegiendo desde hace siglos a los monjes de este Monasterio.
-Cada cierto tiempo, por extrañas circunstancias desaparece de la vista humana y queda envuelto en un mundo diferente al que ustedes viven –dijo Monseñor Damián. Es como si fuera un lugar protegido por la mano del Altísimo que así lo quiere.
-Pero… eso quiere decir… por lo que dice usted y lo que he leído en la biblioteca, que un día de ustedes son cien años nuestros –comentó Iñaki llevándose las manos a la cabeza.
-Así es –dijo el Prior, así es.
– ¿Me quiere decir, nos está diciendo que cuando salgamos del Monasterio habrán pasado cien años? –preguntó Anselmo muy inquieto, alterado y preocupado.
– ¡No! –exclamó el Prior. No es así como usted lo plantea. Durante el tiempo que estamos entre la humanidad, aunque el tiempo pase rápidamente, todo sigue igual en el exterior de estos muros. De hecho, si se asoman al exterior podrán comprobar que todo sigue igual, nada ha cambiado, sólo que aquí dentro el tiempo pasa de diferente forma: lo que para ustedes es una hora terrenal, por así decirlo, para nosotros es un minuto, y en ese minuto pasan muchas cosas.
– ¡Uuuufff! Qué miedo me da todo esto –dijo Pepe.
-Tranquilo Pepe, no tiene por qué alarmarse –dijo el Prior. Su novia Azucena le espera para casarse como tienen previsto.
– ¿Cómo sabe usted que mi novia se llama Azucena? –preguntó Pepe.
-Sé muchas cosas de ustedes que ni ustedes mismos pueden imaginar… –dijo el Prior con una sonrisa en la cara como de felicidad.
– ¿Nos quiere decir que sabe todo de nosotros… y por eso nos eligió?… –preguntó Pablo.
-Fue la Divina Providencia quien les puso a ustedes en nuestro camino. Nosotros sólo hemos cumplido con la voluntad del Altísimo… y esperar que vinieran –dijo el Prior.
Todo estaba dispuesto… Todo estaba previsto por voluntad del Altísimo. –dijo el Capellán.
-Entonces, hoy debemos abandonar el Monasterio –dijo Yerai con lágrimas en los ojos.
-Con lo bien que aquí se está… entre estos muros de armonía y paz… –dijo Anselmo.
-Es la voluntad del Altísimo que así sea –dijo el Padre Prior. Debemos seguir nuestra vida alejados del mundo tal y como lo vienen haciendo ustedes en el suyo.
-Es una pena que tenga que ser así –dijo Pablo
La niebla hizo acto de presencia, bajando de la nube y llegando al Monasterio comenzó a extenderse por todo él lentamente… Se hacía notar entre los presentes que se presagiaba lo que dispuesto por el Altísimo era evidente… y que, si se quedaban no volverían a ver el mundo hasta transcurridos cien años.
-Deben abandonar el Monasterio cuanto antes… sin demora… –dijo el Prior.
-Así lo haremos –dijo Anselmo. Recogemos nuestras mochilas y el carro con el material de montaña y nos marchamos. A no ser que… alguno quiera quedarse…
-Si alguno quiere quedarse con nosotros, será bien recibido –dijo el Prior, a la vez que abría los brazos en señal de…
-Creo que todos queremos volver a nuestro mundo –dijo Paco mirando a sus amigos.
-La oferta es tentadora –comentó Yerai, pero nuestro sitio no está entre estos muros… por lo menos el mío.
Teniendo todo recogido y después de haber recibido un fraternal abrazo cada uno por parte del Capellán, del Maestro de Novicios, de los monjes y hermanos y del Prior, cruzamos las majestuosas puertas de aquel Monasterio que jamás volveríamos a ver.
Salimos tristes por abandonar aquel lugar donde la tranquilidad, la paz y la armonía reinaban por todas partes… Era un lugar privilegiado y digno de recordar.
Tras cruzar aquellas puertas y mirando cómo se cerraban para siempre ante nuestros ojos, una densa niebla fue extendiéndose por todo el Monasterio hasta cubrirlo por completo, así como las dos montañas gemelas… Quedamos atónitos al contemplar cómo poco a poco la niebla se dispersaba y el Monasterio junto a las montañas gemelas desaparecían del lugar y, en ese misterioso lugar, aparecía un extenso y denso pinar.
-Si no fuera porque tengo las fotos del Monasterio, de la cueva, de las montañas gemelas, diría que hemos vivido un sueño –dijo Anselmo.
-Ya tienes material suficiente para otro reportaje –dijo Pepe a Anselmo.
-Y otra historia que contar para Iñaki –dijo Juan.
– ¡Qué hermosos caballos tenían en las cuadras! –exclamó Pablo con lágrimas en los ojos.
– ¡Aquel coro de la Iglesia, impresionante! –exclamó Yerai.
-Lo buena y abundante que era la comida –dijo Paco relamiéndose los labios.
-Tú, como siempre… pensando sólo en comer –dijeron todos. Lo tuyo no tiene remedio…
-Tengo tanto material del Monasterio redactado en mis libretas, que es muy posible que escriba una novela de lo que hemos vivido -dijo Iñaki.
-Iñaki, lo que no sé es cómo conseguiste que el hermano bibliotecario te dejara ver aquellos pergaminos que esconden el misterio del Monasterio –dijo Pepe.
-Fue fácil. El monje me dijo que aquellos no los podía tocar refiriéndose a los pergaminos que esconden el misterio del monasterio –dijo Iñaki.
-Pero tú los viste y copiaste su contenido, sino… ¿de qué?… –dijo Pablo.
-Fue más fácil de lo que piensas… –replicó Iñaki.
-Pues ya dirás, que nos tienes a todos en vilo –dijo Pepe.
-Me fijé en que el monje no tenía agua en la biblioteca para beber, y le pedí que me trajera una jarra –dijo Iñaki. Mientras el monje iba a la cocina y volvía con el agua, tuve tiempo de sobra de verlos, leerlos y fotografiarlos con mi móvil, de ahí que conozca su contenido.
-Qué listo que fuiste, seguro que el monje no se dio ni cuenta –dijo Anselmo.
-Creo que no, -dijo Iñaki. Porque cuando regresó con el agua yo estaba sentado en la ventana viendo a los novicios que venían de la Iglesia camino del Torreón.
-O sea, que tienes mucha información guardada en tu móvil –dijo Juan.
-Sí, sí que la tengo –dijo Iñaki.
-Pues yo no estaría tan seguro –dijo Pepe revisando el ordenador.
– ¿Por qué dices eso? –preguntó Pablo algo inquieto al ver a Pepe como revisaba su ordenador portátil abriendo y cerrando carpetas.
-Porque veo que sólo tengo las fotos de antes de entrar en el Monasterio –dijo Pepe. Las otras, las que hice dentro del Monasterio no las localizo… y sé que hice más de trescientas. No sé qué ha podido pasar…
-Revisa las tarjetas de memoria de las cámaras –dijo Juan. Igual pensaste en que las habías pasado al ordenador y no fue así.
– ¡No puede ser, no puede ser! –exclamó Pepe llevándose las manos a la cabeza…
– ¿Qué pasa Pepe? No nos asustes… –dijo Pablo.
– ¡No es posible! –dijo Pepe. En las tarjetas de memoria tampoco hay nada, ni una foto.
-Jeje, no me digas que las borraste todas –comentó Iñaki con ironía. Eso te pasa por confiado. Si las hubieras guardado en la memoria del móvil, como hice yo, ahora las tendrías.
Iñaki cogió su móvil, lo abrió y buscó sus fotos de los pergaminos y… ¡sorpresa!
– ¡No puede ser! –exclamó Iñaki. Tampoco tengo yo las fotos de los pergaminos y de algunos libros que fotografié para recuerdo mío.
– ¿Cómo? ¿Qué tú tampoco tienes nada guardado en tu móvil? –exclamó Paco.
– ¡Nada de nada! –dijo Iñaki. También se han borrado mis fotos y sé que nadie ha podido tocar el móvil porque no me he separado de él ni un segundo.
-Esa niebla del Monasterio… qué poca gracia me hizo… –exclamó Yerai.
-No querrás decir que algo tuvo que ver para que todo lo que fotografiamos se borrara y no quedara ni rastro –dijo Anselmo casi llorando. ¿Todo para nada…?
-Vete tú a saber –dijo Juan. Igual es la voluntad del Altísimo que lo vivido sólo quede en nuestras mentes y no en nuestras fotos. Los monjes pedían vivir en soledad, alejados del mundo, en paz y tranquilidad…
-Otro misterio más –dijo Yerai. Si no tuvimos bastante con el misterio de la casa de los Guzmán, ahora se nos une el gran misterio de la desaparición del Monasterio y sus fotos.
Sin dejar de mirar atrás, los siete amigos caminaban de regreso a la rutina de su vida en la ciudad.
Mucho que contar… pero nada que documentar… porque sin pruebas fehacientes difícilmente podrán ser creídos por la gente.
Lo vivido en las vacaciones… difícilmente lo podrán olvidar.
Siempre quedarán aquellas vivencias bien guardas en sus mentes…
Y en las de alguien más…
FIN.
Javier Martí, escritor valenciano afincado en Telde y colaborador de ONDAGUANCHE
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