-Así sea –dijo Pablo. Vaya con Dios hermano y… gracias.
Mientras el monje tomaba el camino de regreso a su celda, Anselmo inmortalizaba con su cámara sus gestos, uno a uno… todos sus movimientos…
Pasados unos minutos, dos suaves golpecillos en la puerta de nuestra celda sonaron. Era el hermano cocinero que nos traía la comida.
-Les traigo sopa de cebolla, arroz, pan, vino tinto, agua fresca, una ensalada, tortillas, y frutas recién cogidas del huerto –dijo aquel monje de mediana estatura y barba canosa que, por lo que nos habían contado, bien pudiéramos decir que llevaba pocos años de vida monacal.
Portaba una nota del Padre Prior, en la que nos decía que, después de la comida, nos esperaba en la puerta de la Iglesia.
Acudimos a su llamada sin saber qué era lo que nos deparaba. Era un tanto intrigante saber qué era lo que el Prior querría de nosotros. Se hicieron apuestas entre nosotros para ver quien acertaba…
-Espero que la celda que hemos dispuesto para ustedes sea de su agrado –dijo el Prior. Si no tienen todo lo necesario para estar cómodos, no duden en decirlo.
-Sí, gracias… Tenemos todo lo necesario –dijo Pablo.
-Es más de lo que imaginábamos, todo está perfecto –dijo Pepe.
-Tenemos los camastros con sus mantas de pura lana, mejor imposible –dijo Paco.
-Abundante leña para toda la noche y la estufa es muy grande –dijo Yerai.
-Toallas limpias, el calentador de agua funciona bien y tenemos luz –dijo Iñaki.
-Hoy ha salido el día muy frio y no se descarta que pueda nevar –dijo Pepe. Lo he visto en el parte meteorológico de las trece horas en internet.
-No tengan reparo en pedirnos más comida si así lo necesitan –comentó el hermano cocinero que en ese preciso momento pasaba por allí con su carro camino de la cocina. Nuestra felicidad es verlos a ustedes contentos y bien atendidos.
-Bueno, Monseñor Eleazar, ¿qué sorpresa nos tienen preparada? –preguntó Paco.
-Veo que están intrigados en saber el porqué de mi nota –dijo el Prior. Es lógico que quieran saber para qué les he mandado llamar. Si me acompañan, les mostraré todo el Monasterio y verán, con sus propios ojos, lo que esperamos de ustedes…
El recorrido por el Monasterio fue muy instructivo, un poco largo por las paradas que hacíamos, pero necesario para ver todo cuanto nos enseñó Monseñor Eleazar.
Desde lo más alto del torreón hasta las criptas que estaban bajo la Iglesia. Las celdas de los monjes, los corrales, los establos, la huerta, el manantial de agua… Las bodegas y la destilería donde preparaban y embotellaban aquel rico licor de hierbas llamado “chartreuse” que utilizaban para entonar un poco el cuerpo en las frías noches, y con su venta al exterior obtener así algún dinerillo para poder mejor subsistir… En fin, recorrimos todo el Monasterio…
Tenían en sus corrales animales casi de todo tipo: cerdos, cabras, ovejas, gallinas, conejos, codornices… patos… y hasta ocas.
En los establos, además de los bueyes, vacas y terneros recién nacidos que cuidaban con esmero y cariño, tenían el mayor de sus tesoros: unos hermosos caballos blancos cartujanos que eran de fama internacional. Cuatro yeguas y doce caballos de pura sangre componían aquella espléndida manada.
– ¡Son preciosos, magníficos! –exclamó Pablo al verlos.
-Sí lo son… y muy nobles –dijo el monje que los cuidaba a diario. Son tratados con todo el cariño y esmero que podemos dedicarles.
-Las yeguas son espectaculares –dijo Anselmo, que no salía de su asombro a ver cómo se dejaban fotografiar sin espantarse lo más mínimo.
-Las yeguas, aunque son dóciles, conservan esa pureza de sangre salvaje que trasmiten a sus potrillos –comentó el monje que los cuidaba.
– ¿Cuántos sementales tienen? –preguntó Pablo.
-Sólo tres –dijo el monje. Son aquellos que están al fondo de la huerta. Tienen nombres de estrellas porque lo son: Antares, Rigel, Altaír.
-Es curioso el nombre –dijo Juan. Me recuerdan a los caballos de la cuadriga de una película llamada BEN-HUR que vi, en el cine, hace años…
– ¡Exacto! Así es –dijo el monje. Cuando nacieron quisimos que llevaran esos nombres en recuerdo de aquellos caballos que, el veterinario que los asistió, nos dijo que los había visto en esa película.
-Son preciosos –exclamó Pablo al verlos acercase con aquella gallardía que portaban.
-Y las yeguas, ¿Qué nombre tienen? –preguntó Pepe.
-Una es Cleopatra, la mayor de todas –dijo el monje. Esther, Miriam y Marta son las otras.
– ¡Cleopatra!, original nombre para una yegua –comentó Iñaki.
-Es la mayor de todas, tiene ya doce años y, aunque ya no está para criar, es un eslabón muy importante en esta manada –dijo el Prior, alzando la mano, indicando el lugar donde estaba, al oírla relinchar
Terminado el recorrido por el monasterio y sus campos, acompañamos al Prior hasta el gran Sala de Capitulaciones donde nos invitó a sentarnos cerca de él, en aquellas robustas y sobrias sillas de coro que, a ambos lados del salón, se perdían en la profundidad.
La sala era grande y alargada. De paredes altas, techo de madera y ventanas situadas a tres metros unas de otras con vidrieras de colores que, entre todas ellas, formaban un Vía-Crucis completo. Tenía capacidad para más de cien personas, cincuenta por cada lado.
Tomando el Prior la palabra nos dijo:
–Como verán, este salón carece de luz artificial, sólo lo podemos utilizar de día. Aquí es donde los monjes se postran para confesar sus culpas y pecados y pedir el perdón del Altísimo y recibir la penitencia que deben cumplir. También lo utilizamos para cuando un novicio o hermano hace sus votos, tanto temporales como perpetuos y para la consagración de los nuevos monjes sacerdotes. De igual modo, aquí se reúne toda la Comunidad para recibir aquellas noticias que del exterior nos llegan y es conveniente que conozcan.
-Es impresionante este lugar. La de secretos que guardarán estas paredes –dijo Anselmo que, con permiso del Prior inmortalizaba ese momento con su cámara.
-Les he traído a este lugar donde sólo el Altísimo, ustedes y yo estamos para pedirles unos favores que nos gustaría recibir de ustedes –dijo Monseñor Eleazar.
-Usted dirá –dijo Juan que era el portavoz de todos.
-Seguro que son pequeñeces para ustedes, pero para nosotros son ya grandes obstáculos debido a nuestras edades: la mayoría tenemos más de cincuenta años y eso se nota a la hora de emprender ciertos trabajos –dijo el Prior. Necesitamos reparar algunas de las estancias del Monasterio: El tejado de la Iglesia, donde está ubicado el coro de los monjes que, como habrán visto tiene varios pequeños agujeros en el tejado y hacen que peligre la caída del mismo en el momento menos inesperado y podría dañar a algún monje. El alumbrado de algunas estancias y el de la fachada del Monasterio… La fontanería, que es muy antigua y no llega a todas las celdas… y los establos… y las caballerizas también necesitan algún pequeño arreglo.
Juan nos miró a todos para ver nuestra reacción ante las peticiones del Prior, por si alguno de nosotros se oponía, y teniendo el beneplácito de todos, dio el visto-bueno de todas ellas al Prior.
– ¿Cuándo quiere que comencemos? –dijo Juan.
-Mejor mañana… Hoy ya va cayendo la tarde y dentro de nada será de noche y no creo que quieran ponerse a trabajar sin luz natural y en malas condiciones –dijo sonriente el Prior. Les dejo la lista de lo que precisamos y ustedes lo estudian en la celda y deciden por dónde empezar y cómo hacerlo, y si se reparten el trabajo o lo hacen todo a la vez, conjuntamente y con la ayuda de algunos de los monjes que, por descontado la tendrán.
– ¡Perfecto! –dijo Juan. Así lo haremos. Estudiaremos lo que hay que hacer y mañana hablamos.
Al salir de la sala de capitulaciones y despedirnos del Prior, tomamos el camino de regreso a nuestra celda por aquellos oscuros pasillos y claustros que tanto pavor le daban a Paco y al salir al claustro del cementerio quedamos sorprendidos al verlo todo blanco por la nevada que estaba cayendo.
– ¡Vaya por Dios! –exclamó Yerai. Está nevando… y cuando lleguemos tendremos la nieve rodeando la celda y en el tejado. Seguro que estará todo muy frío y habrá que encender la estufa a todo meter… no veas el frío que debe hacer ahora allí…
-Tienes razón –dijo Paco. Por descuido dejé las ventanas abiertas para que se ventilase y no te extrañe si ha entrado la nieve y esté todo muy frío y helado.
– ¡Parad, parad y mirar la celda! –exclamó Anselmo. ¿No veis que sale humo de la chimenea?
– ¡Es cierto! –exclamó Iñaki. Seguro que ha sido obra del espíritu de Verónica que no nos ha olvidado…
-No me hace ninguna gracia tu sarcasmo –dijo Yerai
Estando a escasos veinte metros de la puerta de nuestra celda, ésta se abrió sola ante nuestros ojos… pasados unos segundos la figura de un encapuchado aparecía. Por la forma en que llevaba puesta la capucha no se distinguía quien pudiera ser. En sus manos portaba un farol con una vela. Era un encapuchado de mediana estatura. Nos esperaba…
-Lo ves… –dijo Paco en tono burlesco, esa es Verónica que nos protege…
Todos se rieron, hasta Yerai que después de algún que otro refunfuñeo, se lo tomó a broma y sonrió.
Llegaron a la puerta de la celda y el encapuchado levantó la mirada y dijo:
–Tienen los camastros preparados. Les he encendido las estufas con abundante leña. Las ventanas están cerradas. Y he comprobado que haya agua caliente… La cena la tienen en el carro, junto a la estufa para que no se les enfríe. Tengan una buena y santa noche y sus cuerpos descansen con Dios.
– ¡Uy, uy, uy! –exclamó Anselmo, eso de que nuestros cuerpos descansen con Dios, como que no me ha gustado nada… Suena a…
-No seas burro Anselmo –dijo Iñaki. Es una expresión del monje deseándonos un feliz descanso y que Dios nos vele.
– ¡Ah!, si es así, de acuerdo… –replicó Anselmo.
Con una leve inclinación de cabeza, costumbre muy monacal, se despidió el monje y se perdió en la penumbra y que, gracias a su vela encendida y a la blanca nieve caída, pudimos verle llegar hasta el claustro del cementerio y allí, por uno de los pasillos, desaparecer de nuestra vista.
-Desde luego que estos monjes se cuidan bien… ¡menuda comida nos han puesto! –dijo Pablo al ver que aquel carro de madera con ruedas que nos había traído el hermano cocinero estaba cargado hasta los topes: un puchero de sopa de ajo para por lo menos veinte personas. Cuatro docenas de huevos fritos. Patatas asadas y un tarro con mahonesa. Una ensalada. Sal, aceite, pan recién horneado, azúcar, manzanas, naranjas y peras. Dos teteras con leche y te… suficiente como para tomar todos toda la noche varias tazas.
Después de la cena y de tomar unos buenos vasos de leche caliente, estudiamos las sugerencias del Prior y concretamos qué hacer y cómo realizarlas.
-Por lo que veo en la nota que nos ha dado, urge el arreglo del tejado de la Iglesia, de ahí que vayan a la cueva a rezar –comentó Paco.
-Es preferible dar un paseo de cinco minutos bajo un poco de lluvia, la nieve o el frío, que…
Continuará…
CONTINUARÁ…
Javier Martí, escritor valenciano afincado en Telde y colaborador de ONDAGUANCHE
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