Salimos del pueblo donde dejamos a Roque y “La Trini” y comenzamos un largo camino que los llevaría a casa, o eso imaginábamos…
Anduvimos varias horas. Todos en silencio. Iban pensativos. Con la mirada concentrada hacia el suelo y guiados por Juan que de vez en cuando consultaba el mapa trazando el camino más cómodo para todos por la carga que arrastrábamos en el carro.
En turnos de media hora tomaban el relevo del carro con el material de montaña en el que llevaban las cuerdas, mosquetones, picos y palas y cómo no, los quesos que “La Trini” que nos había preparado.
En un recodo del camino paramos para descansar un rato a la fresca y amplia sombra que daban. Era tal la cantidad de encinas que allí había casi ni se podían contar… habría millares… Y algunas de ellas centenarias…
Yerai no dejaba de mirar al cielo con la esperanza de volver a ver aquella potente y fugaz luz que el espíritu de Verónica había dibujado entre las nubes.
-Yerai, ¿qué miras, que intentas encontrar en el cielo? – preguntó Pepe.
-Busco respuestas, -dijo Yerai.
– ¿Respuestas? –preguntó Pepe.
– ¡Sí, respuestas! –exclamó Yerai, con los ojos llenos de lágrimas. No lo entiendo. No logro comprender qué es lo que ha sucedido en la casa de la familia Guzmán para que todo haya desaparecido y lo que ayer eran escombros, hoy sea un hermoso jardín de flores silvestres y, no sé por qué, la casa haya desaparecido así, sin más.
-Eso ha sido la voluntad de Dios, -dijo Pablo mirando al cielo.
– ¿Os imagináis que hubiera trascendido la noticia a la Ciudad y que se hubiera abierto una investigación para aclarar lo sucedido? –dijo Iñaki.
– ¡Calla, calla! –exclamó Paco. Mejor que quede en el anonimato… entre nosotros… y que nadie sepa lo sucedido. “La Trini” y Roque tienen todo el derecho a seguir viviendo en ese anonimato y no ser molestados por nadie extraño al pueblo que, movidos por la curiosidad y el morbo perturben su cotidiana vida que quieren vivir y así viven desde hace años.
-Pienso en los hijos de “La Trini” cuando vuelvan por el pueblo y vean lo que ha sucedido en la casa de la familia Guzmán, -dijo Pepe mirando hacia atrás, al lugar que horas antes habían dejado para siempre.
-Pienso que Yerai debería escribir una novela de todo lo que hemos vivido, -dijo Juan mirándolo fijamente.
– ¡Sí, buena idea! –exclamó Anselmo. Yo le podría regalar muchas fotos, las mejores que tengo para que ilustrara la novela, seguro que quedaría muy bien documentada.
-Mejor no, -dijo Yerai. No debemos olvidar lo que dijo Verónica…
-Tienes razón, -comentó Pablo. No hay que tentar al destino, no sea que regrese el espíritu de Verónica y tengamos problemas.
-Sólo era una idea, -comentó Juan.
-Una idea excelente, no cabe duda, -dijo Yerai, pero debemos respetar la voluntad de Verónica: así se lo prometimos todos… Faltar a su voluntad sería traicionarla y eso no debe pasar, no sería lo correcto.
-Mejor nos olvidamos del tema, -dijo Pepe. Guardemos en el recuerdo lo que vivimos y que jamás olvidaremos.
Entre tanto, Juan observaba el lugar donde nos encontrábamos con sus potentes prismáticos. Era un lugar muy peculiar porque no coincidía con lo que estaba reflejado en el mapa.
Había dos montañas casi iguales, gemelas podríamos decir, que no figuraban en el mapa…
– ¡Qué extraño! –comentó Juan, a la vez que observaba las montañas y miraba el mapa. ¿Veis aquellas dos montañas que parecen iguales al fondo de la llanura? pues en el mapa que tengo no aparecen.
Tomó Pepe sus prismáticos y dirigiendo la mirada al lugar donde Juan le indicaba con su mano, exclamó:
– ¡Tienes razón!, son iguales.
– ¡Dejadme ver! –exclamó Anselmo, a la vez que preparaba su teleobjetivo en una de sus cámaras de fotos. ¡Es verdad, son iguales! Igual altura, igual forma, igual color, todo igual.
– ¡Qué raro! –dijo Paco.
-Pues no aparecen en el mapa –dijo Juan.
– ¡Qué extraño! –exclamó Paco.
-Sí lo es, -dijo Juan. Este mapa lo compré no hace mucho y me aseguraron que estaba actualizado y, por lo que veo, no es así.
-Será cuestión de ir a explorar, -dijo Yerai. Después de lo vivido en el pueblo, cualquier cosa extraña que se cruce en nuestro camino deberíamos explorarla y ver qué secretos oculta, si es que los tiene…
-Por mí no hay problema, -dijo Iñaki, frotándose las manos…
– ¡Bueno, bueno, como se pone el ambiente…! -comentó Juan. Pero primero debemos estudiar el terreno porque según el mapa estamos en tierras pantanosas y… no debemos actuar a la ligera… Un paso en falso y nos veríamos en un serio problema.
-Estudiemos bien el terreno, -comentó Pablo. Hemos de procurar llegar sin tener accidentes. Recordad que tenemos que regresar pronto y… sanos y salvos…
-Tú siempre pensando en qué nos puede pasar, -dijo Pepe.
-Seamos cautos y midamos bien nuestras provisiones, -dijo Anselmo, no sea que por querer avanzar sin seguridad nos quedemos sin agua y sea peor para todos. Hemos bebido mucha agua y vamos escasos de reservas.
-Tienes mucha razón, -dijo Paco.
-Tenemos comida suficiente y agua para tres jornadas, -dijo Iñaki revisando el carro del material y las cantimploras.
– ¡Estupendo!, pues vayamos a explorar las montañas gemelas –dijo Paco, tirando del carro sin dejar que nadie pudiera decir nada más.
-Un poco de paciencia, -dijo Juan. De momento nos quedamos aquí para estudiar el terreno, ver por dónde debemos ir y reponer fuerzas. Hemos caminado muchas horas a pleno sol y deberíamos reponer fuerzas: no es bueno seguir adelante sin saber seguro por dónde ir y sin haber comido… Descansemos un rato…
-Lo mejor será quedarnos aquí, descansar y dejar la marcha para mañana, -dijo Yerai.
Todos aceptaron la propuesta de Yerai y dispusieron lo necesario para que el campamento tuviera lo necesario para la tarde y noche.
Entre todos montaron las tiendas de campaña como era costumbre. Prepararon un vivac y lo necesario para la seguridad y que no se vieran sorprendidos por visitantes nocturnos inesperados.
-Según indica el mapa, entre aquellas rocas hay un manantial de agua, -dijo Pepe. Vamos a ver si es verdad, no sea que también esté mal el mapa y confiados nos quedemos sin agua. Mejor echar un vistazo.
-Te acompaño, -dijo Yerai.
Tomaron el carro y las garrafas de agua y algunas cantimploras vacías, así como el maletín de Pepe para analizar las aguas y emprendieron la marcha.
Paco y Anselmo se encargaron de preparar la comida. Pablo, Iñaki y Juan montaron el campamento.
A escasos cuatrocientos metros del campamento, entre las rocas que marcaba el mapa, encontraron un riachuelo que procedía del interior de una cueva.
Picados por la curiosidad por saber de dónde venía el agua, sin pensarlo dos veces, decidieron entrar y averiguar su nacimiento.
-Esta agua es buena, de gran pureza y no está contaminada, -dijo Pepe después de analizarla. Es potable y se puede beber sin problemas.
-Por lo poco que veo, -dijo Yerai, el agua viene de las profundidades de la cueva y no me extrañaría que hubiera algún otro nacimiento en su interior.
-Vamos a llenar todas las garrafas y cantimploras, -dijo Pepe, y volvamos con los demás.
-Me parece bien, -dijo Yerai.
– ¡Espera!, -dijo Yerai, creo haber escuchado algo como voces al otro lado de la cueva…
-Lo tuyo es grave, -dijo Pepe. No has tenido ya bastante con el espíritu de Verónica, que ahora tienes alucinaciones y oyes voces por todos lados… ¡hasta dentro de esta cueva!
– ¡Alucinaciones! –exclamó Yerai, ¿no me digas que tú no oyes esas roncas voces y a la vez armoniosas que cada vez son más potentes y cercanas?
-Tienes razón, -dijo Pepe. Las oigo y se van acercando cada vez más…
-Salgamos de aquí -dijo Yerai, ¡me está entrando miedo y me tiembla todo el cuerpo!
-Sí, sí, será lo mejor, -dijo Pepe. Pero vayamos despacio… Creo reconocer esos cánticos… quiero escucharlos bien antes de salir.
-Bueno, pero no demoremos la salida, -dijo Yerai, no sea que nuestra tardanza inquiete a los demás y al no vernos llegar se teman lo peor.
Pepe y Yerai guardaron silencio para poder escuchar aquellas voces que, desde lo profundo de la cueva resonaban.
-Eso que escuchamos es canto gregoriano, -dijo Pepe agudizando el oído.
– ¿Canto gregoriano? –dijo Yerai. Me da que la humedad de la cueva y el aire enrarecido te está trastornando el cerebro y escuchas lo que en tu mente quieres oír. Mira que si ahora el que tiene alucinaciones eres tú… Miedo me das.
– ¡No!, -exclamó Pepe, no tengo alucinaciones, lo que estoy oyendo es lo mismo que tú escuchas, y eso es música sacramental. Es canto gregoriano. Y muy bien cantado por lo que escucho. Lo que no llego a comprender es qué hacen en la cueva cantando de ese modo tan armonioso quienes quieran que sean.
-Salgamos de la cueva, volvamos con los demás, que cada vez estoy más nervioso, -dijo Yerai con temblores en las manos y las piernas.
-Bueno, vale, como tú digas… Pero conste que lo que oyes es canto gregoriano y no tengo alucinaciones, -dijo Pepe.
– ¿Qué os ha pasado que tardabais tanto? –preguntó Juan al ver llegar a Pepe y a Yerai serios y algo inquietos.
-No os vais a creer lo que hemos descubierto, -dijo Yerai.
-Pues… como no nos lo digáis… no lo vamos a adivinar, -dijo Pablo.
-Hemos encontrado un manantial de agua y salía del interior de una cueva, -dijo Pepe.
-Bien, ¿y qué? –dijo Anselmo. ¡Agua que sale del interior de una cueva, bien!
-Pues que… tiene su misterio, -dijo Yerai.
– ¿Misterio, qué misterio puede tener un manantial de agua? -preguntó Iñaki.
– ¡Vamos!, hablad de una vez, que nos tenéis en ascuas… -comentaron todos.
– ¡No os vais a creer lo que hemos escuchado dentro de la cueva, -comentó Yerai! Hemos escuchado cánticos y, por lo que dice Pepe, era canto gregoriano.
– ¡Por Dios Yerai!, no has tenido bastante con Verónica que ahora escuchas nuevas voces, -dijo Paco algo violentado en sus palabras.
-Es cierto lo que dice Yerai, -comentó Pepe. Yo también las oí…
-Vaya dos teclas para un piano, -dijo Pablo. ¿Seguro que no os habéis tomado alguna cosa… o estáis de acuerdo para hacernos creer que habéis oído voces donde no las hay…?
– ¡Es cierto…! las hemos oído, -dijo Pepe y no, no nos hemos tomado nada, sólo un poco de agua del manantial, la misma que tomaréis vosotros si bebéis de las cantimploras.
– ¿Y…? –preguntó Anselmo.
-Me da que tendremos que ir a inspeccionar esa cueva, -dijo Pablo.
-Perfecto, -dijo Juan, pero primero comamos, descansemos un poco y luego iremos a oír como cantan las piedras de la cueva canto gregoriano, jeje…
-Tú ríete si quieres, -dijo Pepe, pero cuando escuches las voces veremos cómo te cambia la cara, seguro que ya no te ríes como ahora…
– ¡Vale, vale! –dijo Anselmo, las oiremos… las oiremos…
Después de comer y descansar un rato, emprendieron el camino hacia la cueva del agua que resonaba cánticos gregorianos… Pablo e Iñaki se quedaron en el campamento. Paco, Pepe, Yerai, Anselmo y Juan fueron con sus linternas y lo necesario para inspeccionar la cueva que cantaba…
Por precaución, la entrada se hizo en silencio y procurando no pisar el agua para evitar resbalar y caer.
Pepe y Yerai iban delante, conocían el lugar… Eran los guías de la expedición.
Anselmo, como de costumbre, iba con su cámara de fotos de infrarrojos, preparado para captar cualquier instantánea que surgiera.
Juan, con su equipo de ultrasonidos medía todo cuanto le llamaba la atención.
Todos iban atados a una cuerda para no perderse en el interior. Pepe era el cabeza de fila y quien daba las instrucciones que debían seguir los demás. Ya en el interior, a escasos veinte metros de la entrada Pepe dio un tirón de la cuerda: era la señal de parada.
– ¿Qué pasa?… ¿Por qué hemos parado? –preguntó Paco.
CONTINUARÁ…
Javier Martí, escritor valenciano afincado en Telde y colaborador de ONDAGUANCHE
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