Día: 17 de agosto de 2024
«VENTA DE HUMO CON EL ASFALTADO DE LAS VÍAS DE TELDE»
Los ciudadanos empiezan a estar cansados de tanta venta de humo con el asfaltado de las vías de Telde, que las han vendido en la prensa tropecientas veces y a día de hoy sigue sin asfaltarse ni una.
Básicamente el gobierno de Juan A. Peña está publicitando el plan de asfaltado diseñado por el Gobierno anterior aunque lo venden como un logro propio desde que tomaron posesión en mayo de 2023. Mentira tras mentira, no se han modificado los proyectos, son los mismos firmados por el técnico redactor en 2022.
Dice el diccionario de la RAE, que “jartera” es un estado de ánimo que denota pereza, aburrimiento, cansancio y malestar y eso es lo que sienten los teldenses ante tanto anuncio de proyecto y ni un nuevo metro de asfalto.
El penúltimo ha sido el del concejal de Contratación, Sergio Ramos, que anuncia que el tramo de carretera que conecta este barrio con el parque empresarial, comenzará a ejecutarse el próximo mes de septiembre
Nos entra la risa cuando Ramos sale a contestar a un escrito que pide el asfalto de este tramo del barrio de El Goro, como una demanda vecinal histórica, cuando es el municipio entero el que demanda que de una vez por todas se comience con las obras de asfaltado y se dejen de vender humo
Juntas de Gobierno Local, Mesas de Contratación y todo sigue igual y todavía dice Ramos sentir una “gran satisfacción” por la concesión alcanzada, y el concejal de Vías y Obras, Iván Sánchez, asegura que “se ha hecho un trabajo administrativo serio y riguroso ante las deficiencias que nos encontramos al llegar al gobierno, con errores del anterior mandato .
Señor Ramos, menos melopeas, llevan ustedes 14 meses gobernando y ya no cala seguir poniendo el retrovisor, para culpar al gobierno anterior que además de haberles dejado a ustedes las cuentas saneadas, también dejaron los proyectos de asfaltados hechos, si ha habido que corregir cosas, han tenido tiempo ustedes mas que de sobras
Los ciudadanos solo esperan que no tenga que ocurrir un movimiento telúrico para que de una vez por todas comiencen a acometer los proyectos de asfaltado, déjense ya tomar el pelo a la gente pongan las máquinas en las calles y comiencen a asfaltar.
Maribel Castro / Canarias Informativa
RELATO CORTO: «DEL RIO A LA HUERTA PASANDO POR EL BOSQUE DE ALCORNOQUES» (POR JAVIER MARTÍ)
– Abuelo… ¿qué historia me vas a contar hoy? –preguntó la pequeña Crisalda a su abuelo Ambrosio.
– Es una historia que seguro te gustará –le dijo el abuelo a la pequeña. Caminemos por esta Alameda mientras te la cuento…
Cuentan las leyendas del lugar que hace años, más de los que muchos puedan recordar, vivió un labrador llamado Olegario que era más bruto que un arao…
Era uno de los hijos de Ambrosio y de Orosia, dos humildes campesinos que vivían a las afueras de un pueblo, en una masía que habían heredado de unos parientes lejanos.
Ambrosio y Orosia tenían ocho hijos: Ambrosio, Olegario, Abel, Margarita, Azucena, Rosalía, Casilda y Benjamín.
Olegario era el segundo de los hijos, un hombre duro de mollera, trabajador como el que más y algo tozudo.
Siempre contradecía lo que le mandaban, pero al final lo hacía descargando su ira y su rabia en el trabajo, cavando los campos o recogiendo los frutos de los campos que cultivaba.
Era de mediana estatura, curtida piel, manos grandes y de fácil palabra, esa que no sabía callar ni debajo del agua.
Lo poco que aprendió en la escuela le sirvió para defenderse ante quienes pretendían burlarse de él.
Era astuto, calculador y nada vengativo. Lo que veía mal lo decía sin cortarse ni un pelo.
Sus metas no eran otras que ver contentos a sus Padres por su trabajo, aunque a veces se despistara en la taberna del pueblo tomando unos vinos que lo transformaban en un hombre alegre, pero nada agresivo.
Siempre estaba dispuesto para ayudar a quien lo necesitara, bien fuera en su casa como en la del vecino y no esperaba recompensa alguna pues nunca pedía nada.
Tanto labraba el campo como cuidaba de los cochinos en el bosque de alcornoques que había entre las huertas y el río.
Una mañana, con el alba, Olegario marchó al río a pescar desobedeciendo a su Padre que le mandaba al pueblo a recoger unos sacos de pienso para los animales de la granja…
– Que vayan al pueblo mis hermanos –dijo con voz de mando. Siempre voy yo y ellos no hacen nada…
– Tus hermanos van a la escuela –replicó Ambrosio. Ellos hacen lo que tú, desde niño, no quisiste hacer… estudiar.
– Para qué quiero estudiar si con eso no se labran los campos, no se crían los animales –respondió Olegario…
– Algún día tal vez lamentarás no haber estudiado –dijo Orosia mientras acompañaba a sus pequeños hijos a la escuela.
– Algún día lamentarán todos ellos no tener comida en sus mesas de tanto estudiar –replicó Olegario. Sin trabajo no hay comida.
– Yo estudio para ser maestra, como lo es Doña Pura –dijo Rosalía, una de sus hermanas…
– Yo, por lo menos pesco para que tengáis peces para comer, cultivo los campos y atiendo los cochinos –replicó Olegario… es lo que me gusta y así soy feliz.
– Dejadlo, no se puede hacer otra cosa por él –dijo Don Aniceto, el Cura del pueblo que pasaba camino de la Ermita y al escuchar las voces se acercó a la Masía.
– Ve usted lo tozudo que es Olegario –alegó Orosia arrodillándose ante el Cura y besando su santa mano.
– Solo Dios sabe el camino que cada uno debe tomar –respondió Don Aniceto que, haciendo la señal de la cruz, bendecía a los allí presentes.
Olegario siguió su camino hasta llegar al río, a su lugar preferido, desde donde lanzó el sedal de su caña de bambú y esperó que los peces picaran el suculento cebo que, enganchado a su afilado anzuelo, les había preparado con migas de pan, aceite y atún.
Horas pasó sentado mirando como la boya se hundía ante sus ojos y los peces mordían el manjar que portaba su anzuelo hasta que notó que el sedal se deslizaba rápidamente por el carrete y tirando bruscamente de él consiguió sacar una trucha de más de dos kilos.
Animado por lo que había pescado, siguió lanzando su sedal hasta conseguir tantos peces que darían de cenar a toda la familia por varios días.
Entrada la tarde y viendo que la pesca había sido agradecida decidió regresar a la Masía para enseñar lo capturado que para él era más importante que lo que sus hermanos habían estudiado.
Pasando por el bosque de alcornoques y cansado por el agotador día, dejó su cesta y su caña a los pies de un viejo alcornoque. Extendió su manta bajo el árbol y se dispuso a descansar un rato, no sin antes contemplar aquellas verdes matas de calabazas que veía a escasos metros…
Recostado sobre el alcornoque contempló aquellas grandes calabazas que, nacidas de unas frágiles plantas, crecían en el suelo y pensó para sí…
Dios no hace las cosas bien… De una planta tan frágil nacen grandes frutos y… de un gran árbol como es el alcornoque, nacen pequeños frutos que sólo sirven para alimento de los cochinos…
Pensando en lo que veía, se desprendió del árbol una madura bellota que fue a dar en uno de sus ojos dejándoselo enrojecido y dolorido…
De un salto se levantó diciendo para sí…
¡Par diez con la bellota…! Si llega a ser una calabaza… ¡la cabeza me explota!
Dolorido y con el ojo enrojecido regresó a la Masía portando su cesto lleno de peces para la cena de toda la familia…
– ¿Que te ha pasado en el ojo? –preguntaron los hermanos riéndose al verlo llegar… ¿Te ha picado una avispa?
– ¡Hay que ver como sois! –exclamó Orosia al ver el ojo hincado de su hijo. Una avispa no puede ser porque no es época, seguro que habrá sido con alguna hierba del camino que volando le ha entrado en el ojo.
– Ni hierbas voladoras… ni avispas… –dijo Olegario enfadado. Una maldita bellota que del árbol ha caído dando de lleno en lugar equivocado…
– Pues el ojo bien enrojecido lo ha dejado –replicó Casilda, la pequeña de las hermanas, con la que mejores migas hacía Olegario. ¿Quieres que te lo cure?
– De ti me fio hermanita –dijo Olegario mirando a sus hermanos pequeños que reían sin parar.
– ¿De mí no te fías? –preguntó Azucena. Si soy buena en las artes de la botica, como dice Don Aspirno, el Boticario del pueblo…
– Se nota que ese matasanos no sabe quién eres tú –replicó Olegario… Si te viera cuando Madre mata una gallina y te pide ayuda, seguro cambiaría de opinión…
– Yo ayudo a Madre en lo que me pide… –respondió Azucena con aires de enfado…
– Si… sí… Si sales corriendo y gritando –dijeron los otros hermanos… No hay más que verte… jeje…
– Déjense de chácharas y vayamos a cenar que el pescado ya está cocinado y frío no vale ná –dijo Margarita. Pasen a lavarse las manos y a la mesa…
Como cada noche, después de la cena, la familia se reunía en el salón y comentaban lo sucedido en el día ante el calor del fuego de la chimenea antes de irse a la cama a reponer fuerzas.
Ambrosio comentó en voz alta que Venancio, el Tabernero, le había pedido un favor: si uno de sus hijos podría ayudarle en la taberna mientras su mujer estuviera en la Casa de Salud dando a luz al nuevo hijo que esperaban…
Todos se miraron y comentaron quien sería el mejor para ese trabajo…
Abel era el indicado: Sabía desenvolverse bien ante la gente, era educado y servicial y conocía las medidas de las bebidas que tenía que servir. Sabía cocinar y sus guisos eran exquisitos.
– ¿Cuánto le va a pagar? –preguntó Olegario con cierta picardía…
– Eso es lo de menos –dijo Orosia. Lo importante es que Venancio atienda a su mujer y regresen con el nuevo bebé que nacerá en unos días.
– Pero… ¿Cuánto le van a pagar? –preguntó nuevamente Olegario…
– Mira que eres pesadito… –dijo Margarita. A saber, por qué lo preguntas…
– Lo digo porque si paga bien… igual voy yo –respondió Olegario frotándose las manos…
– Tú ya tienes trabajo –dijo Azucena. Lo elegiste tú sin que nadie te lo impusiera y… por cierto, lo haces muy bien, no hay más que ver los resultados…
– Pero me pagan poco y yo quiero ganar más –replicó Olegario.
– Estudia, prepárate como lo hacen tus hermanos pequeños y seguro que tendrás más y mejores opciones en la vida –le dijo su Padre.
– Y… si yo estudio… ¿Quién se encargará de los cochinos, de los huertos y de los frutales? –preguntó mirando a su Padre que asombrado lo miraba…
– Pondremos un jornalero para ese menester –dijo Orosia. Tú, por eso no debes preocuparte.
– Prefiero seguir en lo que hago –dijo Olegario. Por lo menos sé que nadie nos estafará ni nos robará.
– Bien dicho hermano –dijeron todos. Se nota que sabes lo que haces y que no dejarás a nuestros Padres sin tu ayuda. Te honra esa decisión.
El tiempo pasa para todos y… después de unos años, más de tres décadas, la familia ya no es lo que era…
La mayoría de hermanos ya no están en la Masía.
Ambrosio falleció tras una inesperada enfermedad… Orosia, su viuda, se encargaba de la Masía cuidando de los nietos que, año tras año iban llegando a este mundo…
Azucena y Rosalía vieron cumplidos sus sueños y ya ejercían en sus trabajos: Azucena era boticaria y trabajaba en la prestigiosa Botica del Condado. Rosalía, por su parte, ejercía de maestra en la escuela del pueblo.
Abel consiguió de Venancio buen empleo en la Taberna del pueblo y animado por éste cursó estudios de cocina convirtiéndose en un cocinero de fama.
Margarita, la mayor de las hermanas terminó sus estudios quedando en la Masía al cuidado de sus Padres.
Casilda estudió para ser institutriz y consiguió una plaza en un prestigioso internado del Condado. Visitaba a su familia en las fiestas Navideñas y algunas semanas de las vacaciones estivales.
Benjamín fue llamado a filas, se enroló en La Marina y llegó a ser Teniente de Navío.
Ambrosio estudió medicina y veterinaria y alterna entre su consulta de veterinario en el Condado y un consultorio médico en el pueblo. Sigue viviendo en la Masía.
Olegario sigue trabajando las tierras que su difunto padre le dejó en herencia y atiende a sus cochinos como en antaño ya lo hacía.
Una mañana, a eso de las siete, recibieron la inesperada visita de Don Toribio, el Alguacil del pueblo.
Una visita a la que estaban acostumbrados a recibir, pues era normal que el Alguacil visitara una vez al mes las Masías que había alrededor del pueblo, pero… esa hora no era la habitual…
– ¿Qué le trae a esta temprana hora? –preguntó Orosia al Alguacil.
– Vengo a avisarles de que hay unos forasteros rondando el pueblo y no son trigo limpio –dijo Toribio. El Alcalde ha emitido un bando avisando a todos los vecinos del pueblo y… como ustedes viven a las afueras, me toca pasar a informarles.
– No se preocupe que como aparezcan por aquí se los mando enjaulaos con los cochinos –comentó Olegario alzando el bastón.
– Ya ve señor Alguacil –dijo Orosia, mi hijo está dispuesto a ayudar y sin cobrar un duro…
– ¡Epaa! ¡Quieta pará! ¿Quién dice que yo lo hago gratis? –exclamó Olegario. Por lo menos que me paguen unas rondas en la taberna…
– Todo se andará –dijo el Alguacil. Tú ten los ojos bien abiertos y controla el ganado, no sea que…
– Vaya tranquilo, que si aparecen por aquí tendrán un recibimiento que jamás olvidarán –le contestó Olegario al Alguacil.
– Ya veo que sigues tan bruto como siempre –dijo Toribio. No te pases no sea que sean ellos quienes te denuncien….
– Eso si es que pueden hablar… porque del piñazo en los morros que les dé, ni mu podrán decir –contestó Olegario. Boca que abran… mamporro que se llevan…
– ¡Miren quién viene por el camino! –exclamó Ambrosio agitando el pañuelo. Si es el señor Alcalde, Don Prudencio y no viene solo…
– Le acompaña su hija Crisalda, una moza casadera –dijo Toribio, seguro que van de paseo a la Ermita a preparar lo necesario para la fiesta del Santo Patrón…
– Pues… a mí que no me mire, que aún no me he duchao –exclamó Olegario mirando a su hermano Ambrosio que, de reojo, miraba a la joven muchacha.
– No creo que tenga tan mal gusto para fijarse en ti –le dijo Ambrosio riendo… ¿Te has visto la pinta que tienes? ¡Por Dios!
– De más feos y desarreglaos se han casao con mozas como esa –dijo Olegario. Igual se fija en mí…
– ¡Haya paz entre hermanos! –dijo Orosia viendo a los dos pollos cacareando en el corral. Lo que tenga que ser… será.
Don Prudencio, al ver que los habitantes de la Masía le saludaban, no dudó en entrar a saludar.
Su hija le acompañó portando en sus manos unas flores silvestres que había recogido en el camino y que entregó a Orosia.
Mientras llegaban hasta donde estaban los hijos de Orosia, éstos se afanaban en asearse lo más que podían para tener buena presencia.
Sabiendo Olegario que su hermano estaba coladito por la joven, no dudo en ponerse delante de éste con la intención de chincharle, cosa que consiguió.
La joven Crisalda observó a los dos hermanos y viendo que Ambrosio se ocultaba tras su hermano Olegario le dijo:
– ¿Tan fea soy que te ocultas tras tu hermano para no verme?
– ¡Qué va! –exclamó Ambrosio. Es mi hermano que se ha puesto donde no debe, en medio de…
– Hermano… ¡lo tuyo es grave, muy grave! –exclamó Olegario. Mira que ponerte detrás de mí para no ver a esta hermosura de mujer. Porque soy feo… que si no…
– No eres feo Olegario –dijo Crisalda. Algún día encontrarás a la mujer que te hará feliz, estoy segura.
– Y esas flores tan bonitas que traes ¿son para Ambrosio? –preguntó Olegario con picardía…
– ¡No! –exclamó Crisalda. Son para tu Madre que las merece más que otros… La he recogido por el camino.
– Pónselas al Santo Patrón –dijo Orosia. Seguro que lucirán bajo sus pies.
– El Santo Patrón sabe que mis oraciones le agradan más que unas hermosas flores –le dijo Crisalda a Orosia. Son para usted.
– Ya veo que esta visita ha servido para cortar el hielo entre estos jóvenes que seguro tendrán muchas cosas que decirse –dijo Don Prudencio viendo a su hija cómo miraba a Ambrosio…
– Yo les dejo, tengo trabajo en las huertas –comentó Olegario saludando a los presentes con una leve inclinación de cabeza. Mis animales no entienden de galanterías y ya escucho que me llaman…
– Tú siempre tan brusco y cortante –dijo Toribio. ¡Anda, ve, no sea que se te escapen y se coman las fresas!
– ¡Bellotas… bellotas es lo que comen! –replicó Olegario. Es lo que más les gusta.
– Sí sí… como esa que te dio en too el ojo –dijo Ambrosio riéndose al señalar con su dedo el ojo de Olegario…
– Mejor me marcho, no sea que a alguien le caiga una calabaza en la cabeza y… –respondió Olegario con cara de pocos amigos.
De camino a las huertas, observó cómo unos desconocidos recogían las fresas de uno de sus huertos.
Recordando lo que el Alguacil le había dicho, indicó a sus dos sabuesos que cercaran a los intrusos mientras él preparaba unas sogas para apresarlos.
Lanx y Janx se acercaron sigilosos hasta los intrusos cubriendo las salidas que éstos pudieran tomar en cuanto Olegario les llamara la atención.
Dicho y hecho, siendo descubiertos por Olegario que les llamaba la atención, los intrusos dejaron lo que habían cogido y saliendo precipitadamente hacia el camino fueron sorprendidos por Janx que, gruñendo y abriendo la boca les enseñaba lo afilados que estaban sus dientes…
Lanx les cerraba el paso por el lado contrario mostrando la misma actitud agresiva que Janx…
Viéndose acorralados y sin escapatoria no dudaron en rendirse alzando las manos y esperando a que Olegario llegara hasta ellos.
No opusieron resistencia alguna. Fueron atados y conducidos al bosque de alcornoques donde Olegario los ató bajo el viejo Alcornoque del que días antes le cayera una bellota en el ojo.
Janx y Lanx los vigilaban mientras Olegario corría a avisar al Alguacil.
Los intrusos fueron detenidos y llevados a los calabozos a la espera de recibir el merecido castigo que les correspondía.
La valentía demostrada por Olegario al apresar a los intrusos con la sola ayuda de sus sabuesos le valió el reconocimiento de todos los habitantes del pueblo y de las Masías cercanas recibiendo, de manos del Alcalde, una recompensa que no imaginaba.
Las gentes del pueblo pidieron a Don Prudencio que el valor de Olegario no quedara en una simple recompensa y, por unanimidad aprobaron que una de las alamedas del pueblo llevara su nombre. Así se dijo y así se hizo.
– ¿Por eso esta Alameda es tan transitada? –preguntó la pequeña Crisalda a su Abuelo Ambrosio…
– ¡Así es! –exclamó el viejo Ambrosio con lágrimas en los ojos. Tu tío abuelo Olegario fue un gran hombre, valiente, tozudo y terco, pero un hombre con un gran corazón.
– Y… ¿Qué fue de él? –preguntó nuevamente Crisalda…
– Esa es otra historia que algún día te contaré –respondió Ambrosio.
– Seguro que es muy interesante… –dijo la pequeña Crisalda.
– Lo es… lo es… –respondió Ambrosio visiblemente emocionado mirando al cielo.
FIN.
Javier Martí, escritor valenciano afincado en Telde y colaborador de ONDAGUANCHE