Que, como dice el refrán, «Del dicho al hecho, va un buen trecho» es evidente en todos los órdenes de la vida. Pero en política puede convertirse en algo tan habitual que sea una de las causas del desencanto del Pueblo con los políticos…
Ocurre, por desgracia, en todas las Instituciones y a todos los niveles, siendo más acentuado (que no evidente para todos), cuanto más elevado es el cargo que se ostenta dentro de esa Institución, desde un Ayuntamiento hasta un Gobierno nacional o estatal. Lo habitual en estos casos, es que durante tu estancia en la oposición te hayas dedicado a intentar convencer de tu capacidad para «arreglar» lo que es, o parece, mala gestión por parte del Gobierno al que quieres sustituir…
Puedes criticar lentitud en la solución de un problema, aunque sepas que son causas externas las que han provocado esa situación. Puedes criticar (desde tu parcial punto de vista) un «elevado» número de asesores. Puedes afirmar de que tú harías tal o cual proyecto de forma diferente. Puedes estar «convencido» (o intentar convencer a la ciudadanía, que no es lo mismo) de que tú gestionarías indudablemente mejor y lo arreglarías todo en tiempo récord…
Luego, una vez llegas al cargo deseado, pueden ocurrir dos cosas: o bien, descubres que no todo era tan fácil como se veía desde fuera y te limitas a «echar balones fuera» argumentando falta de personal (cosa que ya sabías). Puedes decir que te has encontrado con problemas que no existían hasta ¡Oh, casualidad! tu llegada al Gobierno. Puedes decir que tienes que partir desde cero porque los proyectos en marcha, las obras en curso (que eres incapaz de terminar), y las licitaciones aprobadas no son de tu agrado y eso te «obliga» a necesitar más tiempo para lo que antes te considerabas capaz de ejecutar enseguida…
O bien, te despreocupas de todo, a sabiendas de que siempre habrá quienes te defiendan ciegamente aunque no tengan argumentos plausibles para ello. Puedes retirarte a tu propio universo paralelo y decir que todo lo ves en positivo y lo bien que habla todo el mundo de tu labor (labor que sólo existe en tu imaginario, desde luego)…
Puedes igualar o aumentar el número de asesores (porque a tí sí te hacen falta. Los anteriores los tenían por el gusto de dilapidar dinero Público, nada más). Puedes continuar con las obras y proyectos en marcha porque ahora sí te parecen interesantes, pero tienes que ralentizarlos al máximo para que cuando se hagan realidad, tal vez la ciudadanía los acepte como méritos tuyos y no de algún Gobierno anterior…
Puedes dedicarte a dar la imagen de persona cercana y sencilla, y para eso rodearte de aduladores, medios de comunicación y presencia constante en las redes sociales con el continuo runruneo de lo bien que lo haces tú y lo mal que lo hacía el Gobierno anterior. Todo ello no es más que una estrategia basada en el convencimiento de que el Pueblo, la ciudadanía, tiene memoria de pez o es corta de entendederas y es incapaz de ver que tu gestión es nula y que tus promesas eran palabras vacías…
El mayor problema, repito, es que ésto ocurre a todos los niveles y en más de una Institución. Y ocurre porque no todo el que se dedica a la noble labor de la política lo hace por voluntad de resolver los problemas de la ciudadanía en aras de una mejor convivencia y una sociedad más justa. Muchos, demasiados, sólo vienen a la política para satisfacer sus propios intereses, o los de otros a los que sirven de intermediarios…
Por eso recurren a la mentira, al descrédito de los demás, a las frases bonitas y las promesas que saben que no van a ser capaces de cumplir, pero que gustan oir a la gente sencilla. Esa gente a la que manipulan para lograr el cargo que no se merecen. Y eso, se llama Populismo…