Ustazades era uno de los más humildes campesinos que cultivaba las tierras de Udalricco, el Virrey de Ansbelgens, un país de un lejano mundo donde Soolken, el astro Sol brillaba menos que Lutnissa, una ovalada luna que nació del mismo Soolken.
Ustazades formaba parte de un reducido grupo de campesinos que estaban a las órdenes de Kintdolierz, el capataz del Virrey de Ansbelgens.
Los campesinos cultivaban grandes campos de hortalizas y árboles frutales: cerezos, naranjos, limoneros, melocotoneros, así como trigo y otros cereales.
Sus tierras eran ricas por tener un gran y caudaloso río que nunca se secaba.
El río Anzgals nace en las altas y nevadas montañas de la cordillera de Ansbelgens, un hermoso paraje lleno de grandes y frondosos bosques que pocos conocen. Sus árboles se conservan intactos, nadie los tala por estar protegidos por las leyes del lugar.
Una mañana marchaba Ustazades desde su humilde cabaña construida con viejos troncos al huerto que tenía asignado para su trabajo atravesando el río por un pequeño puente de madera cuando divisó a su amigo Walthero, el posadero de la villa que le hizo señas para que se acercase.
Extrañado por los gestos que Walthero le hacía, dejó sus útiles de labranza a un lado del camino y corrió hasta donde estaba su amigo.
Walthero estaba tumbado cerca de la orilla del rio, sobre unas rocas, fumando su cachimba de hueso de ballena que un navegante le regaló hacía años.
Ustazades corría al encuentro de su amigo con agitada respiración pues creía que éste estaba mal herido al verlo tumbado en las rocas.
– ¿Te encuentras mal? –preguntó Ustazades a su amigo…
– Para nada –dijo Walthero. Estoy mejor que nunca, aunque un poco preocupado por lo que veo…
– Y… ¿Qué ves? –pregunto Ustazades con un gesto de asombro…
– Veo que el río está bajando de caudal –contestó Walthero. Ayer puse unos troncos con una cinta negra que marcaban el caudal y hoy está un pie más bajo.
– Y… ¿eso te preocupa? –preguntó Ustazades mirando el río y el tronco con la cinta negra que estaba más alta que el caudal…
– Pues sí que me preocupa –comentó Walthero. Eso es señal de que las aguas están siendo desviadas de su cauce a otro lugar que desconozco… cerca del bosque que hay entre aquel desfiladero por donde cae el agua formando la cascada que, si te fijas, tiene menos agua que días pasados.
– Se lo diré a Kintdolierz para que eche un vistazo, para que averigüe lo que pasa –dijo Ustazades. Yo no puedo hacer nada…
– Pienso que todos debemos saber dónde han desviado el cauce y ponerle solución cuanto antes –comentó Walthero.
– Vale… vale… cuando termine mi trabajo iré al bosque –dijo Ustazades, iré a ver si puedo averiguar algo y ya te diré…
Llegando a su puesto de trabajo, comentó con Kintdolierz lo que Walthero y él habían observado en el río, a unos cientos de metros más arriba de donde estaban los huertos.
Kintdolierz agradeció el gesto de Ustazades al preocuparse por algo que les concernía a todos y que, de bajar el caudal del río, afectaría a los campos: menos agua… menos regadío.
Una repentina y torrencial lluvia obligó a los campesinos a abandonar los campos y regresar a sus chozas antes de lo previsto.
Mientras caminaba por el enfangado camino rumbo a la choza, empapado por la lluvia, Ustazades pensaba en lo que Walthero le había dicho.
Ya en su choza, miraba por la pequeña ventana la cascada que Walthero le había dicho y efectivamente, ésta tenía poca agua aun estando lloviendo, cosa que le alarmó.
Esperó pacientemente a que amainara la lluvia… a que cayera la tarde y ya entrada la noche, llevar lo necesario para inspeccionar el bosque, acompañado de su fiel sabueso “kunsky” y así poder saber qué misterio se ocultaba en el interior del mismo.
Sin decir nada a nadie emprendió el camino hasta llegar a los pies de la cascada y desde allí, ascender a lo alto de la misma por los desfiladeros que habían aparecido con la caída de la lluvia.
Poco más de una hora le costó llegar a la cima de la montaña donde empezaba la cascada. Se podía ver todo el valle iluminado por las luces de las chozas y del gran palacio que estaba en lo alto de una loma cercana a la aldea.
Ante Ustazades se alzaba un inmenso y oscuro bosque de grandes pinos donde lo misterioso era más que significativo.
El viento lo atravesaba de parte a parte dejando oír silbidos que se escuchaban con fuerza.
Eran como voces que lo llamaban y animaban a adentrarse en su interior.
Tras un corto espacio de incertidumbre, armado de valor Ustazades entró en el bosque acompañado por su sabueso Kunsky que, olfateando el terreno, lo seguía con las orejas caídas y el rabo metido entre las patas…
Tras sus pasos escuchó una voz que lo llamaba en la lejanía: ¡Ustazades…! ¡Ven…! ¡Acércate…! ¡No tengas miedo…! ¡Ven…!
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo pues no esperaba que nadie hubiera en aquel lugar que conociera su nombre…
Ante sus ojos apareció un duendecillo que, sentado en la copa de un pequeño pino, le hacía señas para que se acercara.
Ustazades no daba crédito a lo que sus ojos veían. Un extraño ser de no más de medio metro, con largas barbas rojizas lo llamaba y sonriendo le invitaba a llegar hasta él.
Kunsky agitaba el rabo de lado a lado, era como si lo conociera o más bien, como si fuera un amigo de siempre en el que se podía confiar.
Llegado bajo el pino donde estaba el duendecillo, éste le habló diciéndole…
– No temas Ustazades, has venido en el momento oportuno…
– ¿Cómo sabes mi nombre? –preguntó el campesino…
– Yo sé tu nombre y el de muchos más que, como tú, trabajáis en los campos del malvado Udalricco –respondió Odoricco, el pequeño duendecillo.
– ¿Cómo sabes que Udalricco es malvado? –preguntó Ustazades con cara de asombro…
– Udalricco no es quien crees que es –dijo Odoricco. Udalricco es un malvado ogro que se hace pasar por Virrey y os tiene a todos esclavizados.
– ¡No me lo creo! –exclamó el campesino. Yo no lo he visto nunca, pero dicen que es un buen hombre porque a todos nos da trabajo.
– Esa es la apariencia que da, pero en verdad es uno de los peores ogros que existen –dijo el duendecillo. Oculta su identidad en su Palacio. Tiene a Kintdolierz, su capataz, que es otro malvado ogro para hacerle los trabajos que él no puede hacer…
– Creo que no sabes lo que dices –comentó Ustazades. Creo que, de tanto tiempo que llevas en el bosque, tu reducida mente te ha trastornado. Kintdolierz es bueno con todos, nos ayuda en lo que puede y nunca le he visto acto alguno como para dudar de su bondad que, según tú, es todo lo contrario.
– Kintdolierz oculta sus malos actos porque quiere ocupar el lugar de Udalricco y dándoos todo aquello que necesitáis os tiene a su merced cuando llegue el momento de sublevarse –le dijo el duendecillo al campesino.
– ¡Que no, que no me lo creo! –insistió Ustazades. Creo que alucinas con lo que dices…
– ¿Quieres una prueba de lo que digo? –le preguntó Odoricco al campesino…
– No estaría nada mal que me lo demostrases –le dijo Ustazades a Odoricco. Demuéstrame que lo que dices es verdad y te creeré.
– Ven… acompáñame hasta donde los pinos más viejos forman un círculo –dijo Odoricco. Allí se alza un viejo pozo de piedra donde en su interior podrás comprobar por ti mismo lo que te digo.
– ¡En el interior de un pozo de piedra lo podré comprobar! –exclamó Ustazades moviendo la cabeza de un lado a otro. Me da que tú has tomado algo que te hace delirar…
Tomando Odoricco la mano a Ustazades lo llevó hasta el pozo donde encontraría, en su interior, las respuestas a cuanto le había dicho el duendecillo.
– ¿Este es el pozo de los milagros? –preguntó Ustazades viendo el pozo que no alzaba ni tres palmos del suelo. Si es más pequeño que mi bañera…
– Tú ríete –dijo el duendecillo. Mira en su interior y verás algo que ni imaginas…
Ustazades asomó su cabeza al interior del pozo y quedó sorprendido de lo que vió. Las turbias y agitadas aguas del pozo se calmaron y ante sus ojos apareció todo el valle donde habitaba.
Se podía ver con detalle toda la aldea… la posada… los campos de cultivo… el río… el Palacio del Virrey Udalricco, la oculta casa de Kintdolierz que nadie conocía, los secretos pasadizos que había entre el Palacio y la casa del capataz y… las cuevas que ocultaban grandes tesoros de incalculable valor que nadie conocía
– ¿Me crees ahora? –preguntó Odoricco al sorprendido campesino.
– ¡La madre que los parió! –exclamó Ustazades llevándose las manos a la cabeza. Qué calladito se lo tenían los muy…
– Ves por qué te he dicho que has llegado en el momento oportuno a este lugar –le dijo Odoricco a Ustazades…
– Y… ¿qué puedo hacer yo si sólo soy un campesino? –preguntó Ustazades asombrado por lo que había visto…
– Desenmascarar al Virrey y a su capataz –dijo el duendecillo…
– ¡Cómo! –exclamó Ustazades…
– Con los poderes que te serán dados… –dijo el duendecillo.
– ¿Quién me dará esos poderes? –preguntó el campesino.
– Werenburgan te los dará. –comentó el duendecillo. Vayamos a su encuentro, nos espera en su hermosa ciénaga.
– ¿Quién es Werenburgan…? –preguntó el campesino llevándose su mano al cuchillo que portaba en su cinto. ¿No será una bruja o algo por el estilo…?
– Es una bruja… pero de las buenas… –le dijo el duendecillo. Ella nos ayudará en todo lo que le pidamos y más.
– Una bruja buena… mmm… suena a raro –comentó el campesino mientras seguía al duendecillo que, dando pequeños saltos, se adentraba en el bosque en busca de la ciénaga…
– Werenburgan tiene una historia que contarte que te hará cambiar de opinión sobre ella y del lugar donde vives… –dijo el duendecillo. Verás cómo tus pensamientos cambian radicalmente cuando la conozcas. Es muy buena.
Un rico olor a carne guisada se olía según se acercaban a la ciénaga donde la bruja Werenburgan tenía su guarida.
Ustazades no daba crédito a lo que sus ojos veían según iban llegando a la ciénaga que, para su sorpresa, no era como él imaginaba.
La ciénaga estaba en medio de una pequeña isla separada del resto del bosque por un riachuelo de tranquilas aguas que la bordeaba. Infinidad de peces de colores nadaban sin importarles la presencia de otros animales que acudían a beber de sus aguas.
El sendero llegaba hasta un pequeño puente de piedra que unía la isla con el bosque. A ambos lados del sendero crecían flores de variados colores y olores: rosas, claveles, margaritas, azucenas, gardenias, Jacinto y jazmines…
Los pajarillos trinaban en sus nidos esperando que la bruja Werenburgan les llevara su aliento, era el tributo que le pagaban por su generosidad.
Los animales que allí habitaban no tenían corral alguno, corrían a sus anchas sabiendo que no tenían nada que temer, eran libres y tranquilos. Gamos, ciervos, cerdos, cabras, conejos y gallinas compartían todo cuanto había a su alrededor, no les faltaba de nada, todo lo que necesitaban lo tenían en abundancia.
De una pequeña cueva salía incansable una cristalina agua de una pureza sin igual, dentro estaba su nacimiento. Era tan pura que por más que bebiera uno no se llenaba.
Ustazades imaginaba que la bruja viviría en una mezquina cueva llena de murciélagos, dragones y negras arañas, pero no fue eso lo que vió, todo lo contrario, encontró una casita de piedra con un limpio tejado de paja del que sobresalía una chimenea que humeaba un rico olor a carne guisada. Tenía a su alrededor macetas con flores silvestres que la hacían aún más bella.
– Esto no puede ser real –dijo el campesino en voz baja…
– Lo es… lo es –comentó el duendecillo. Ya te dije que esta bruja no era como las otras, es diferente…
– ¡Y tanto! –exclamó Ustazades. Esto no me lo esperaba…
– Pasad… pasad… cruzar el puente y acercaos a mi humilde morada que es ya la vuestra –dijo Werenburgan con una sutil y dulce voz.
-¡Esto no puede ser real…! –exclamó Ustazades contemplando lo maravilloso que era el lugar. Esto es un sueño, estoy soñando… no es posible que sea real.
– Pues… tú dirás qué es… –dijo Werenburgan con una sonrisa en los labios mirando al incrédulo campesino que no salía de su asombro.
– No entiendo cómo puedes vivir en este hermoso lugar sin que nadie lo sepa –le dijo el campesino a la buena bruja…
– Vivo aquí oculta a los ojos de Udalricco y de su malvado capataz, ese que tú crees que es una buena persona –comentó Werenburgan. Si ellos supieran que estoy viva no dudarían en venir a matarme.
– ¿Por qué…? –preguntó el campesino a Werenburgan. ¿Qué mal les has hecho para que quieran matarte?
– Yo soy la Madre de Udalricco –dijo Werenburgan. Yo le di la vida y él me arrebató todo cuanto tenía por querer ser más que nadie. Se dejó llevar por la codicia, la avaricia y la lujuria inculcada por Kintdolierz, un malvado brujo que un día llegó a nuestras vidas para hacer lo único que sabía, llenar de odio a las buenas personas como lo era Udalricco y su difunto Padre.
– ¡Difunto Padre! –exclamó el campesino asombrado por lo que escuchaba.
– Sí, su difunto Padre, el Señor de esas tierras que tú trabajas de sol a sol, era mi esposo… –dijo Werenburgan. Kintdolierz hechizó a Udalricco de tal forma que consiguió que éste matara a su Padre y a mí me despojara de todo cuanto tenía y me abandonara en medio del bosque a merced de las alimañas que lo habitaban.
– Dura historia la que me cuentas –dijo Ustazades visiblemente emocionado por lo que escuchaba. Y… ¿cómo puedo yo ayudar si sólo soy un pobre campesino?
– Con la ayuda que tendrás si consigues el dorado cofre que flota en el pozo del encantado bosque que se halla dentro del Palacio –dijo el duendecillo.
– Eso es casi un suicidio llegar hasta ese lugar –dijo el campesino. No conozco el camino ni sé cómo llegar… Eso sin contar con Kintdolierz que seguro estará al acecho si sospechara de mis intenciones.
– Eso no sucederá –dijo el duendecillo. Tendrás todo nuestro apoyo y nada ni nadie podrá hacerte mal alguno.
– Difícil lo veo si vosotros no podéis salir de aquí –le dijo el humilde campesino al duendecillo.
– Nosotros no, pero mis fieles animales sí –dijo Werenburgan señalando a los que estaban por fuera de la isla…
– ¿Qué animales son? –preguntó el campesino… ¿Los de los grandes cuernos en la cabeza?
– No, esos no –dijo el duendecillo. Los que están detrás del puente esperando tu marcha…
– No veo otros animales –replicó el campesino… Como no sean los conejos que corretean por el monte buscando las madrigueras… ¡Ya me dirás…!
– Cuando cruces el puente los verás –dijo el duendecillo. Ve, te están esperando…
– Y… ¿Qué hallaré dentro del dorado cofre? –preguntó Ustazades con cierta intriga…
– Lo sabrás cuando lo abras –dijo Werenburgan. Ni imaginas lo que contiene.
– Eso sí, debes seguir al pie de la letra todo cuanto veas y leas en su interior… –le dijo el duendecillo al campesino que, cruzando el puente, se alejaba del lugar.
Bien cierto fue lo que dijo el duendecillo al campesino… Tras cruzar el puente había una manada de lobos esperando a Ustazades para acompañarlo en su camino hasta llegar al poblado donde vivía.
Serían sus guardianes y velarían por él en todo momento para que nadie le hiciera daño alguno.
Estarían vigilando al campesino y serían los encargados de llevar las noticias al duendecillo una vez consiguiera llegar al dorado cofre que contenía lo necesario para romper el malévolo hechizo que obraba sobre Udalricco.
Bien entrada la madrugada llegó el campesino a su choza no sin antes mirar el lugar donde horas antes había estado. En su mente recordaba todo cuanto había visto y vivido, lo que escuchó, y lo que debía hacer al amanecer.
Contemplando desde la ventana de su choza aquel misterioso lugar donde horas antes había estado, poco a poco el sueño le venció y quedó profundamente dormido, o eso creía él.
Mientras Ustazades dormía, uno de los lobos entró en su choza y con su aliento lo despertó…
Para asombro del campesino, ya había amanecido y debía cumplir con lo prometido.
Armado de valor marchó por un extraño sendero que sólo los lobos conocían. Marchaba algo inquieto aun sabiendo que los lobos lo protegerían del malvado Kintdolierz si lo descubriera.
El sendero llegaba hasta uno de los pasadizos que lo llevaría hasta el encantado bosque que se encuentra dentro del Palacio y, desde allí, hasta el pozo que Werenburgan le había dicho.
A su paso podía ver la hermosura de aquel bosque que nadie conocía. Era de grandes cipreses formando un laberinto que, de no conocerlo, meses pasaría sin saber cómo salir.
Los lobos iban indicándole el camino que debía seguir hasta llegar al pozo.
Doce cipreses formaban un gran círculo que ocultaban, en su interior, el pozo que contenía el dorado cofre.
Por una circular escalera de piedra que descendía varios metros se llegaba hasta el brocal del pozo y, utilizando el cigüeño que éste tenía, podría subir el recipiente con el cofre dorado en su interior.
No fue necesaria mucha fuerza para sacar aquel misterioso cofre del pozo. Bastaron unas pocas brazadas para verlo emerger de las frías aguas.
Era de reducidas dimensiones, de poco peso el dorado cofre que Werenburgan le había dicho.
Ustazades puso entre las mandíbulas de uno de los lobos el cofre y esperó a que éste abandonara el lugar y lo llevara hasta la buena bruja para…
Saliendo del laberinto escuchó los golpes secos que daban las pisadas de un extraño ser que se acercaba rápidamente agitando con fuerza los cipreses. Era un extraño animal de dos grandes patas con cuerpo y cabeza de serpiente que lanzaba fuego por su boca. Sus ojos eran rojos como el mismo fuego.
Muerto de miedo y temiendo que sería devorado por aquel extraño animal, corrió cuanto pudo hasta el pasadizo por el cual había entrado al bosque y, protegido por los lobos, salió rápidamente hasta llegar a su vieja choza donde nadie le podría hacer daño alguno.
Cerrando bruscamente la puerta se ocultó en su camastro tapándose con sus viejas mantas de lana quedando profundamente dormido…
Cuando despertó observó que su choza había cambiado totalmente de aspecto. Ya no era como antaño. Estaba toda reformada: todo lo viejo era sorprendentemente nuevo.
Sus ropas, sus muebles, la vieja y destartalada puerta, todo había cambiado de aspecto…
Sobre su mesa había un saco lleno de monedas de oro y plata… y un manuscrito que decía:
¡Misión cumplida!
FIN.
Javier Martí, escritor valenciano afincado en Telde y colaborador de ONDAGUANCHE