El Señorío de Rocas Verdes, un lugar perdido entre las altas montañas nevadas de un misterioso país de cuyo nombre mejor no decir, vivía una codiciosa Reina llamada Caprassia en un viejo caserón que, en tiempos pasados fuere el más bello Palacio de todos los conocidos en el mundo.
Caprassia ansiaba tener la eterna juventud para vivir muchos años, más de los que un humano pudiera imaginar.
La vieja Cucufata, la hechicera real, con sus noventa y seis años, había dedicado gran parte de su vida a su amada Reina buscando la pócima que le diera la juventud deseada.
Había probado con todo tipo de hierbas, mejunjes y guisos de huesos de cabras, corderos, zorros y lobos sin conseguir el milagroso elixir que tanto deseaba.
Entre los mercaderes que llegaban al Señorío de Rocas Verdes a vender sus productos: Pieles de animales salvajes… utensilios para la labranza de las tierras… cacharros de cobre para las cocinas… Vasijas de barro cocido… se comentaba que en un bosque no muy lejano existía un manantial de aguas milagrosas que, quien la tomara, rejuvenecería eternamente…
Cucufata solía acudir al mercado en busca de nuevas hierbas que le sirvieran para esa milagrosa pócima que nunca llegaba a conseguir por más que lo intentara…
Ambrosio, el pastor, siempre acudía a vender sus ovejas y corderos y así sacar unas monedas para comprar lo necesario para su sustento y el de sus animales en los fríos inviernos que duraban más de lo habitual que en otros lugares del país.
En uno de los corrillos que formaban los mercaderes, uno de ellos dijo que conocía un sendero que se adentraba en el bosque y que llegaba hasta el nacimiento de esas milagrosas aguas…
Cucufata, alertada por Ambrosio de lo que allí se decía, acudió al encuentro con Calminio, el mercader que dijo conocer el sendero y haciéndose pasar por una bella dama de gran poderío, engatusó a Calminio para que éste le llevara hasta el sendero.
Bastaron con unas falsas monedas de oro y unas jarras de un exquisito vino que jamás antes había tomado Calminio para que éste le dijera cómo llegar al bosque que ocultaba aquella milagrosa agua que le daría la eterna juventud a su amada Reina.
Cucufata entregó a Calisio, su fiel siervo, un manuscrito que debía entregar personalmente a Caprassia donde le narraba lo que el mercader le había contado.
Ansiosa la Reina por poseer la milagrosa agua de la eterna juventud, dotó de lo necesario para que Cucufata se adentrara en el bosque y consiguiera el preciado líquido que tanto ansiaba.
Dos mulas con grandes alforjas cargadas con vasijas de barro fueron suficientes para que Cucufata y su fiel siervo siguieran al mercader hasta el bosque que ocultaba en su interior la milagrosa agua.
El mercader insistía de algo que debía saber la Dama y que estaba relacionado con aquellas aguas: era un viejo hechizo que debía romper para poder sacar el agua del bosque y que hiciera el efecto deseado a quien las tomara, pero Cucufata no hizo caso a lo que Calminio le decía y olvidó las palabras mágicas que debía decir antes de abandonar el bosque.
Llegados a la secreta entrada, el desgraciado mercader indicó a Cucufata el sendero que debía tomar y que le llevaría hasta el mismo nacimiento.
La vieja hechicera embrujó con uno de sus maléficos conjuros al mercader convirtiéndolo en una lechuza y, dejándola atada sobre la rama de un árbol, se adentró en el frondoso bosque guiado por su siervo que, portando una antorcha, iluminaba el sendero.
Unos cientos de metros anduvieron hasta llegar a un claro en el bosque donde se hallaba el nacimiento de aquellas cristalinas aguas que, según dijo el mercader, daban la eterna juventud a quien las tomara.
La codicia de la hechicera fue tal que quiso comprobar si era cierto lo que se decía de las aguas y tomando una vasija con aquella cristalina agua hizo que su fiel siervo la bebiera.
Pronto llegó lo esperado… Calisio bebió un sorbo de agua y ante los ojos de Cucufata se obró el milagro: Calisio, su siervo, rejuveneció de inmediato pasando de viejo a joven en un pis-pas… ¡De tener setenta años… pasó a tan sólo doce…!
Cucufata quedó sorprendida, anonadada… y sin dudarlo lleno todas las vasijas que portaban sus mulas…
Lentamente retrocedieron hasta la salida del bosque portando en las mulas aquellas aguas que le darían la eterna juventud a su Reina pero… algo olvidó la hechicera, algo que no esperaba que iba a suceder tras cruzar el umbral del sendero…
El joven Calisio pasó el umbral del sendero dejando tras de sí el bosque y… poco a poco fue retomando su aspecto de antaño…
Cucufata no daba crédito a lo que sus viejos ojos veían: el joven Calisio volvía a ser ese viejo siervo de siempre…
Crispada y enfadada por lo sucedido, tomó la lechuza entre sus manos y vió que ésta estaba seca, podrida y sin vida…
Llena de rabia y sin recordar aquel conjuro que el mercader le dijo, regresó al Señorío de Rocas Verdes con sus mulas y su viejo siervo con la esperanza de que la Reina tomara las aguas y rejuveneciera, pero otra ingrata sorpresa le esperaba…
Ocultó lo ocurrido en el interior del bosque a su amada Reina y dispuso lo necesario para que ésta tomara las milagrosas aguas sin saber que ocurriría algo inesperado: ante los ojos de la Reina lo que salió de aquellas vasijas no fue agua, sino hojas ennegrecidas, podridas y mal olientes…
La Reina pidió explicaciones de lo ocurrido y Cucufata, viéndose en situación nada favorable, explicó a la Reina lo sucedido esperando que ésta la perdonara por su gran error, pero la codicia de Caprassia era tal que, con tal de conseguir su juventud, obligó a la vieja hechicera a que la llevara hasta la misma fuente para tomar allí mismo las milagrosas aguas que tanto ansiaba.
Cucufata temía por la Reina, no quería que su codicia le condujera a un abismo del que no pudiera salir y la persuadió para que no se adentrara en el bosque, pero la Reina no le hizo caso y la obligó a llevarla hasta el nacimiento de las aguas de la eterna juventud.
No hicieron falta mulas con grandes tinajas… Con un carruaje para su transporte y una pequeña escolta era más que suficiente…
Llegados al bosque, la comitiva se detuvo a la entrada del sendero, desenganchando los caballos, sólo entraron éstos portando en sus lomos a la codiciosa Caprassia y a la hechicera, dejando a la entrada al viejo siervo, al cochero y a la guardia.
Tanto corrían los caballos que más que galopar parecía que volaban…
Llegados ante el nacimiento de aquellas milagrosas aguas, la Reina tomó tanta agua como pudo tragar y sucedió el milagro esperado: La vieja reina se convirtió en una bella joven de no más de veinte años… Cucufata no probó ni gota pues sabía lo ocurrido con su siervo y temía convertirse como lo estaba ya su joven Reina.
Después de recorrer todo el bosque y ver las maravillas que en él se ocultaban a los ojos de quienes sabían de su existencia pero desconocían su interior, la Reina quiso regresar al Señorío de Rocas Verdes para que sus siervos vieran su gran cambio, su eterna juventud y fuera la envidia de todos cuantos la contemplaran. Sería siempre joven y bella, o eso creía ella…
Viendo que Cucufata la miraba con lágrimas en los ojos, la Reina le pidió explicaciones:
– ¿Por qué lloras, mi fiel hechicera?
– Lloro por Vos, mi Reina…
– ¿Lloras porque he conseguido lo que deseaba…?
– No, majestad. Lloro por lo que sucederá a partir de ahora…
– ¿Qué puede suceder que no sea bueno para todos?
– Que no vais a poder ser siempre joven si abandonáis el bosque…
– ¿Qué tontería es esa? Claro que voy a ser siempre joven…
– No, majestad. Si abandonáis el bosque volveréis a ser tan vieja o más de lo fuisteis antes de entrar…
– ¡Valla tontería!
– No lo es majestad, no lo es…
– Pero si me dijiste que tu siervo rejuveneció…
– Le mentí, majestad. No le dije toda la verdad…
– ¡Explicaos de una vez!
Cucufata explicó a su amada Reina lo que le sucedió a Calisio con todo detalle… Lo poco que tomó y lo joven que se transformó. Lo vigoroso y risueño que estaba el siervo hasta que, cruzando el umbral del bosque volvió a ser el viejo sirviente que siempre lo fue.
– ¡No es posible…! ¡No puede ser! –exclamó la joven Reina.
– Así es majestad… así es…
– Pues… No quiero ser la Reina de este lugar… Quiero reinar en mi mundo…
– Si abandonas este bosque volveréis a ser la codiciosa Reina que fuisteis. –dijo una extraña voz jamás escuchada…
– ¿Quién sois? –preguntó asustada la joven moviendo su cabeza de un lado a otro sin encontrar a nadie…
– Soy la fuente de la juventud –dijo la voz…
Frente a la joven Reina y su hechicera había una pequeña cueva que, bajo los cristalinos chorros de agua, se ocultaba…
Caprassia intentaba ver a quien pertenecían aquellos dos ojos que, desde el interior de la cueva, desprendían finos haces de luz que al unirse a las cristalinas aguas dibujaban los colores del arco iris.
– Soy el guardián del bosque –dijo la voz. Tu juventud ya es eterna y jamás regresarás a tu mundo.
– Eso es lo que tú crees –respondió Caprassia. Saldré del bosque y regresaré a mi mundo.
– No. No podrás –dijo el guardián… Sólo puede salir una de las dos y tu vieja hechicera ya te ha abandonado, ha conseguido salir del bosque y éste ya cerró el sendero para siempre. Permanecerás aquí eternamente disfrutando de tu ansiada juventud, lo que querías…
– Pero yo quería ser joven y en mi mundo –dijo la joven Reina entre sollozos al ver que Cucufata y los caballos la habían abandonado.
– Cucufata ha regresado a tu mundo con la misión de contar a todos lo sucedido para que entiendan que la codicia no conduce a nada bueno –contestó el guardián con voz entre cortada…
– Y… ¿Qué haré yo en este bosque? –preguntó Caprassia llorando desconsoladamente.
– Esperarás a que el bosque decida cuando romperá su hechizo para que otros ocupen tu lugar –dijo el guardián adentrándose en la cueva que, poco a poco, se iba cerrando…
– Y cuando llegue ese día… ¿Qué será de mí? –preguntó Caprassia asustada al no escuchar al guardián del bosque…
– ¡Ese día morirás…! –exclamaron todos los árboles del bosque moviendo bruscamente sus ramas dejando caer sobre la joven Reina sus oscuras hojas secas.
CONTINUARÁ